miércoles, 21 de noviembre de 2012

... entre pena y pena sonriendo (y II)

Esta tarde, al volver del trabajo pedaleando sin esfuerzo gracias al viento nordeste que me empujaba derechita a casa, dos personas ocupaban mi pensamiento.

En el tramo de la avenida de Salamanca que bordea Arturo Eyríes, pensaba en Agustín García Simón, en cuánto me gustaría tener su conocimiento de las plantas y la maestría con que describe la naturaleza en varios relatos de Cuando leas esta carta, yo habré muerto. Así hubiera sabido qué arbusto, matorral o hierba exhalaba el perfume que durante un rato ha impregnado el aire de alegría, haciéndome olvidar el humo de los tubos de escape que me atacaban por el flanco izquierdo.

También habría conocido los nombres de los árboles cuyas hojas alfombraban esta mañana el paso de mis ruedas: unas de color amarillo pálido, recién perdido el verdor de su apogeo; otras doradas; las más, en distintos tonos del cálido naranja virando hacia el marrón; y algunas, apenas empezando a caerse, rojas de vino, sangre o carmín. La mezcla de sus colores revivía en mi cabeza el sonido de los chelos que anoche me perdí escuchando -al buscar en internet las piezas con las que Georgina Sánchez y Francisco José Gil han ganado el Concurso Internacional Saverio Mercadante- y que hoy han llenado de color y de emoción mi pedaleo hacia la oficina del prosaico lunes.

Libros, náufragos y pequeñas islas de salvación

Pero no es el caso, así que, una vez más, mientras arranca mi ordenador y me dispongo a empezar una semana idéntica a las cuarenta y tantas anteriores, me hago el propósito -que llevo formulando cuarenta y tantas veces- de buscar las imágenes de esas plantas en Google y comparar sus nombres con el recuerdo y las fotos de las que me acompañan en los caminos de los veranos y en las escapadas fugaces de los otoños. Como la que hago en el rato del almuerzo, alargándome hasta las bibliotecas de la plaza de San Nicolás y la de Filosofía y Letras para devolver sendos libros y para seguir disfrutando del viento en la cara. 




Exposición "Naufragios" en el vestíbulo de Filosofía y Letras
En Filosofía y Letras me reciben mis ya casi amigos, los náufragos de Eduardo Cuadrado, que siguen paseando su soledad y abandono, ajenos al brillo del mármol donde ahora se asientan y ajenos al interés de un grupo de estudiantes que escuchan las explicaciones de la profesora de Historia del Arte sobre el simbolismo de sus cabezas sin rostro; pero consiguiendo con su sola presencia el objetivo del autor: provocar esa comunicación que pueda servir como pequeña isla de salvación para el naufragio de una sociedad que va a la deriva.

Vuelvo deprisa hacia el trabajo –ahora con el viento a favor-, pero, al pasar por la plaza de Poniente, paro un instante a contemplar la caseta de la librería Relieve y a guardar su imagen en mi memoria y en un par de fotografías, ya que pronto será otro recuerdo del pasado, cuando la piqueta eche abajo sus cuatro ladrillos, embellecidos hace apenas un año por el mural de Miguel Segura, para hacer sitio a la carpa que acogerá los puestos del mercado del Val. Y todos nos volvemos hacia Pepe Relieve, admirados de la constancia de su amor por los libros, otra de las tablas de salvación para el naufragio.

Librería Relieve en la Plaza de Poniente

El realismo de perseguir lo imposible

Sí, quizás sea este viento ligero y la luz del sol después de los días de lluvia. El caso es que en los cinco minutos de trayecto de vuelta hasta el duro banco de mi galera turquesa, flanqueado por otros tantos árboles y plantas de la Rosaleda y las Moreras cuyos nombres quizás nunca llegue a conocer –salvo los que ya el cartel de los paseos me regala-, las noticias de estas últimas semanas se me reinterpretan.

Malala Yusufzai.
Foto: Mainuddinhaque (Wikipedia)
Recuerdo una entrevista de la televisión francesa con Nabil Ayouch (Espiga de Oro en esta última Seminci por su película Los caballos de Dios), en la que manifiesta su sueño de contribuir a la reconciliación entre judíos y musulmanes. Y se me juntan en la memoria con las primeras declaraciones de Lorenzo Silva nada más recibir el premio Planeta, en las que expresa su deseo de que entre Madrid y Barcelona no haya más líneas de separación que la imaginaria del meridiano. O con las imágenes de Malala Yusufzai en el hospital de Birmingham rodeada de sus padres y hermanos y pidiendo los libros para preparar sus próximos exámenes en Swat. Y lo que en aquellos momentos me parecieron, respectivamente, buenas intenciones sin pies en la tierra, buenismo empresarial orquestado y enésimo episodio de una guerra ¿perdida?, hoy lo veo como la mejor mezcla de realismo y optimismo, la única capaz de dar pasos adelante apoyándose en la complejidad y riqueza del ser humano por encima de los estereotipos maniqueístas y simplones.

Incluso en la vecindad pucelana encuentra la memoria muestras recientes de este realismo tan raro que se escribe con el signo positivo. Como la reciente feria de emprendedores, con su respectivo concurso de proyectos a poner en marcha en la vida real. O el esfuerzo de sindicatos y empresa de Renault por llegar a un acuerdo para el que hoy mismo se conocía el merecido final feliz.

Sencillo placer

Esta tarde, al volver del trabajo pedaleando sin esfuerzo gracias al viento nordeste que me empujaba derechita a casa, dos personas ocupaban mi pensamiento.

Y la segunda era el encargado de la tienda donde compré y mantengo mi bici, que a menudo lleva una camiseta con la inscripción "Nada es comparable al sencillo placer de montar en bicicleta". Esta frase, que Google me localiza al momento como cita de John F. Kennedy, refleja perfectamente la expectativa de las pequeñas satisfacciones sin cuento que nos hace, cada mañana de invierno, embutirnos en cuantas prendas el frío haga menester, desde la punta del pie hasta el reborde superior de la oreja, y cargar con una mochila de ropa limpia y aperos variados, sabiendo que, al emprenderla sobre dos ruedas, cada jornada se tiñe un poco de juego y de aventura. De la sonrisa necesaria para circular entre la pena y pena de no tener seguro absoluto en nadie -empezando por el que nos mira desde el espejo-. Pero sí el suficiente.


4 comentarios:

  1. Me gusta mucho la entrada, es muy optimista :)

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    1. Muchas gracias, Rosa. La verdad es que falta hace un poco de optimismo para salir de cualquier bache. Y ahora parece que hay unos cuantos socavones y, alrededor, un concurso de agoreros.

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  2. Y nada es comparable a (re)vivir Valladolid a través de tus ojos, tu pedaladas, tus letras... Gracias, linda. Por devolverme a esa parte de mi vida, a la ciudad y las gentes que me acogieron, cada vez que te leo.

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    1. Muchas gracias, Helena, no solo por este comentario sino por tantas cosas en Valladolid. Se te echa mucho de menos, a ti y a tus reportajes.

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