viernes, 1 de abril de 2016

Sonido y significado, percusión y armonía

Como una pesadilla. El claxon de un camión sonando ininterrumpidamente durante dos larguísimos minutos (hubiera jurado que se trataba de un accidente grave y no de la descarga de mercancías en un hipermercado) y el estruendo ensordecedor de los sopladores de hojas de los jardineros municipales toman posesión de mi cabeza, atrapada en el casco, y vuelvo a sentirme presa de la agitación que anoche me impedía conciliar el sueño después de ver La gran apuesta. Pasar dos horas y tres minutos sumergida en una batahola de sonidos a volumen desmesurado y de rápidos movimientos de cámara en planos trepidantes, como una orgía de estrés de la que no se puede escapar, hace vivir en primera persona la tensión y la euforia -culpable, recuerda Brad Pitt, pero qué importa- de unos cuantos inversores que se hicieron ricos con la crisis económica mundial de 2008 por haberla visto venir. Justo el antónimo del descanso bucólico que inconscientemente busco en la pantalla.

Pero pronto el susurro manso de la lluvia y otra euforia más pacífica -la de mi propio esfuerzo al pedalear- me devuelven la calma y continúo mi ruta diaria contra la corriente del Pisuerga y a favor del viento suroeste: esquivando los perros de Arturo Eyríes que tanto aman al carril bici; cubriendo mi turno para paliar la soledad del Beatus Ille (es el nombre que le he puesto al paseo que bordea los campos de fútbol y los chalets del Palero desde la avenida de Medina del Campo hasta el Museo de la Ciencia, no solo por ser escondida senda que acaba en las estatuas de Einstein y Pío del Río Hortega, sino porque a su lado serpentea la calle del doctor Sánchez Villares, que también pertenecía a la tribu de los pocos sabios que en el mundo han sido); y así, embarcada en esa nube de hipnosis acuática entre la lluvia y el río (que mezcla en mi cabeza las imágenes reales del parque Juan de Austria con la isla de enfrente recreada por Rubén Abella en Baruc en el río; la de su mendigo imaginario con el recuerdo de una chabola real junto al puente de Adolfo Suárez; y que pone como banda sonora de mis recuerdos los tambores y trompetas de las cofradías cuando paso por la Rosaleda y por el parque Ribera de Castilla, ahora que ya están encerradas en un polígono industrial), llego hasta la paz confortable de la biblioteca de la Rondilla.

Parque de Aventuras Juan de Austria
Einstein junto al Museo de la Ciencia
Allí, mientras arranca mi portátil, contemplo con envidia a un técnico de antenas subido en un tejado altísimo: seguro que allá arriba el viento en la cara, la sensación de libertad y la distancia me harían más llevadera esta cuaresma de diálogo de sordos en que nos ha metido el resultado de las elecciones del 2o de diciembre.

Atemperar los metales para que se oigan las voces armonizadas

Al bajar la mirada, encuentro en la pantalla la explicación a todas las cavilaciones que me han ocupado y desconcertado en los dos últimos meses. Lo dice Jordi Casas explicando el último experimento de los coros de Castilla y León con la Oscyl: "Se trata de una versión especial de La Creación de Haydn, en la que el director, Leopold Hager, utiliza sacabuches y trompas naturales para atemperar el sonido de los metales, y modera el volumen de la orquesta para que se oigan las voces, no tanto la pronunciación como la aliteración".

Voces y metales en un concierto reciente
Así que me pregunto si no podrían los líderes de los partidos moderar un poco el ruido de los metales para escuchar lo parecido que pueden pronunciarse los distintos conceptos de democracia que tiene cada uno, y así conjugar el acento de unos en la libertad, de otros en la igualdad y de algún tercero -tímido- en la fraternidad, como ya se hizo hace treinta y ocho años, para organizar un país decente. Pero no, siguen los instrumentos más ruidosos -en nuestro caso es más bien la percusión- pronunciando con furia visigótica su colección de oclusivas sordas (corrupto, populista, hipócrita), que cualquier día nos revientan la glotis al salir y los tímpanos al entrar. Porque lo importante parece ser demostrar a cuál de las dos españas, resucitadas como momias malolientes, pertenece cada uno; como si en la pertenencia al grupo de "los buenos", o peor, en el odio hacia "los malos", estuviera la solución a problemas tan complejos como el paro, la desigualdad creciente, una educación bastante desvencijada, una sanidad en equilibrio inestable entre el recorte y la falta de sostenibilidad, o la tragedia de cientos de miles de refugiados con los que no sabemos qué hacer.

Antes de emprender el camino de vuelta, paso un buen rato contemplando las series "Presencias" y "El caballero de la mano en el pecho", de Sofía Gandarias (la pintora vasca que fue Caballero de las Artes y las Letras de Francia), asombrándome de lo parecidas que son las manos y las miradas de las personas, a pesar de tan distintas; y de encontrar en otro artículo el eco de mis pensamientos, mejor expresados por Antonio Muñoz Molina, clamando por que los defectos de nuestra democracia no nos lleven a deslegitimarla ni a olvidar la diferencia -radical, no hace falta que nadie se lo explique a quien conoció el franquismo- que hay entre la libertad y la dictadura. Todo me parecen aliteraciones borrosas, como la llovizna, que no dejan brillar la nitidez de las grandes ideas redentoras, pero que nos hermanan en sus perfiles desdibujados, sin aristas.

Salmodias, letanías y tablas de multiplicar: se van los "nobis"

Otros dos meses han pasado desde aquellas mañanas de lluvia refugiada en los suaves colores de la biblioteca -madera clara de las mesas y gris de los anaqueles-, fundidos con el gris de las nubes a través de los ventanales. Y ha seguido lloviendo, pero mi fe en el valor conciliatorio de las aliteraciones armónicas se ha ido debilitando a medida que las repeticiones de sonido se han convertido en salmodias o mantras, como las tablas de multiplicar, de las que nada importa el significado. Mejor dicho, no han servido para relativizar las aristas en pro de acuerdos y cercanías descubriendo lo común, sino todo lo contrario, para fijar obsesivamente en las cabezas, vaciándolas de sentido crítico, las cuatro ideas simples que hay que tener listas para el enfrentamiento: para no olvidar que lo importante son los bandos y saber claramente cuál es el nuestro.

Durante este tiempo, Chris Tuan ingeniero de la Universidad de Nebraska, ha estado poniendo a punto un asfalto que derretirá el hielo impidiendo que los aviones se retrasen en los despegues o que los coches resbalen en invierno (¿qué invierno?, me pregunto este año que no ha habido);  y más cerquita, en Valladolid, el IOBA ha probado con éxito un implante que puede solucionar muchos problemas a personas sin globo ocular; Lactalis anunció que desmantela Lauki y Mondelez que cerrará Dulciora en 2017; y Renault negocia con sus trabajadores para ver si la factoría de Valladolid es digna (es decir, barata) de acoger una planta de fundición de aluminio inyectado. Pero nosotros seguimos solo pendientes de la evolución sintáctica, subordinada condicional, de los pactos perifrásticos (que habrán de ser o no).

Jour de pluie à Paris. Gustave Caillebotte.
Foto tomada de Wikimedia
Esperando el dos de mayo, sigo pedaleando cada día bajo una lluvia que nunca llega a ser como la de Pablo Guerrero (sería estupendo conocer la medida exacta de los cántaros necesarios para limpiar el aire sin provocar los destrozos y el lodo de las inundaciones), y viene a mi memoria la pregunta que se hacía mi amiga leonesa Inma cuando era pequeñita y escuchaba rezar el rosario en la radio de su casa. Decían las letanías "ora pro nobis", pero ella entendía "se van los nobis". Y cuenta que nunca se preguntó quiénes eran los nobis, sino dónde se iban, ya que tanto insistían en ello todas las noches. Quizás eso es lo que nos ocurre, que no nos preguntamos quiénes somos, pero oteamos el horizonte para ver si alguien nos lleva a alcanzar alguna ignota meta de bienestar.

Mientras, la llovizna suave, biselada por el viento, bisbisea sibilante: "se van los nobis, se van los nobis..."