lunes, 22 de julio de 2019

Cerrando paréntesis (II): “Espejito, espejito...”

Capilla ardiente de José Zorrilla en el salón de actos de la
Real Academia. Dibujo: Juan Comba García
Lo recuerdo perfectamente. Andaba yo un poco enfurruñada porque no había podido asistir al homenaje que se tributó a Zorrilla en el cementerio con motivo del 125 aniversario de su muerte. Y esas historias siempre son buen destino para el paseo a pedales de un sábado por la mañana: basta con desplazarse unos kilometrillos y ponerse en manos de un grupo de gente que sigue con fruición sus chifladuras particulares y que son capaces, con ayuda de unas vestimentas singulares y unas pocas palabras, de sumergirse y sumergirnos en tiempos remotos llenos de poesía. Hasta logran que miremos con otros ojos a las personas que han asistido, a muchos de los cuales estamos aburridos de encontrárnoslos en otros ámbitos sin prestarles demasiada atención. Es la magia del teatro llevada a la calle –al cementerio, en ese día-.

Espejo y flor de Cardesse. Cuadro de Ramón Gaya
en una exposición en la sala Pasión de Valladolid 
Quizás ese malhumor y esa falta de catarsis teatral explicase por qué me caía todo tan mal en esa temporada: se daba a conocer una encuesta encargada por el grupo municipal socialista del Ayuntamiento de Valladolid, y a mí me sonaba a “gracias a que yo, tan guapo y tan listo (quizás soy un príncipe o un dentisto), soy el alcalde, los vallisoletanos son más felices, vienen más turistas, ya no se rompen tuberías del anillo mil, el tráfico va más fluido y todos comprenden que el soterramiento era un sueño imposible y que mucho mejor los siete túneles”, cuando, en realidad, él solo quería contrarrestar el posible borrón pesimista que expandían las encuestas del día anterior, en las que se ponía en duda que revalidase mandato en 2019; pretendía yo pensar en otras cosas, y ahí estaba, en el titular de cada mañana, el recordatorio constante de otro espejo muchísimo peor por deforme: las piruetas sin vergüenza del fugado del nordeste para intentar ser investido presidente de la Generalitat y así seguir gobernando desde el exterior una república que no existe pero que él dejaría patente ante "su" Europa que sí existía.

Cuadro de Renato Costa en la exposición Inkless.
Foto tomada de la web de la galería Javier Silva
Por si fuera poco, y mientras la triste música de fondo para ese final de invierno era la desesperada búsqueda de Gabriel, el niño de Níjar, la galería Silva se me apareció, como otras veces, en mi trayecto por la plaza de San Juan; y allí estaba Renato Costa, con su Inkless, proclamando en blues la insostenibilidad del sistema y el agotamiento de las utopías. Sus derrotados yacentes, casi indiscernibles del fondo azul de sus paisajes (montañas como hechas de papel azul estrujado), me recordaban las sombras que Ada Monroe veía, en Cold Mountain, en el espejo proyectado sobre el pozo de Esco y Sally Swanger, augurando los peores presagios para Inman, su amor, que estaba lejos, luchando en la guerra de secesión norteamericana.

Es cierto que, como siempre, me consolaba con las noticias sobre ciencia y sobre literatura, que en Valladolid suelen dar bastantes alegrías: ahí estaban Germán Delibes, Manuel Rojo y Elisa Guerra participando en el mayor estudio realizado en el mundo sobre ADN antiguo; ahí, en el País Vasco, estaba la vallisoletana Catalina Requejo manejando proteínas para regenerar células de los enfermos de Parkinson; y, en literatura, ahí estaba Fernando del Val, poeta y ensayista vallisoletano que acababa de recibir el premio El Ojo Crítico de RNE por su libro Los años aurorales, renegando de la mediocridad, del amaño de los premios y del bobismo (y bobisma) que abunda por doquier.

Sin embargo, hasta ese consuelo vino a agriarse con la noticia de la detención de Almudena Ramón, acusada de estafar a enfermos parapléjicos.

Y ahí quedó abierto el paréntesis de tristeza, o de desaliento, o de hastío, esperando... ¿qué?

Encontrar el ángulo y el impulso

Ha pasado más de un año y ya ni me acordaba de aquello (hasta hace un rato). Como todas las mañanas, tuerzo a mi izquierda, cruzo la carretera y me incorporo a la plaza; ahí es donde pensaba apretar el ritmo de la pedalada para dar el esprint final y llegar veinte segundos menos tarde al trabajo. Pero no había calculado la fuerza del viento, que me llegaba por la izquierda y que ahora tengo de frente, así que a duras penas logro conservar la mitad del empuje que traía, y eso a base de ponerme de pie en los pedales y aprovechar toda la fuerza del cuerpo para impulsar las piernas.


A la hora del almuerzo me doy cuenta de que tampoco había calculado la fuerza del viento del aburrimiento político, que sigue soplando fuerte desde las páginas de los periódicos. El de hoy, por ejemplo, ha irrumpido con una entrevista al alcalde de Valladolid, que acaba de revalidar su mandato, y comienza con las palabras "Óscar Puente vuelve a ponerse ante el espejo", haciendo referencia a otra entrevista de 2015 con el mismo tema: “El alcalde se mira al espejo”. Inmediatamente me ha evocado las sensaciones del año pasado -¿tendrían razón entonces mis pensamientos picajosos sobre el narcisismo de los políticos?-, y más cuando sigue coincidiendo cronológicamente (como el eterno día de la marmota) con las mismas maniobras del mismo prófugo del año pasado, en esta ocasión para ser eurodiputado.

Exposición Una jaula salió en busca de un pájaro,
de Jesús Capa en el Museo Patio Herreriano.
Foto tomada de la web del Museo Patio Herreriano
Me encuentro justo como esos pardillos que han estado estos días dentro de las jaulas de Jesús Capa en el Patio Herreriano; como ese hombre que comienza a subir la escalera a ninguna parte sin fuerzas y sin esperanza. Atrapado por una jaula que salió a buscarle. Esa jaula en la que nos vocean cada mañana y cada tarde en qué tenemos que pensar, qué importa hoy aunque ayer no importaba nada y mañana será eclipsado por otro tema fugaz presentado como la cuestión inexorable del momento. Aunque no, pienso que no me falta la esperanza. Solo el ángulo y el impulso; la alegría en la cara de un viento que despeje pero no ahogue ni tumbe. El ángulo del sol para que me descubra las cosas bellas con las que me cruzo sin cegarme por el contraluz.

Y ya sé también por qué me gustan tanto las noticias de ciencia, como esta de un grupo de ingenieros químicos de la Universidad de Valladolid que han conseguido transformar unos residuos de cerveza en un carburante renovable con características similares a la gasolina: porque son como Ruby en Cold Mountain, que logra empujar a Ada Monroe para sacar lo mejor de sus tierras y sobrevivir mientras espera sin esperanza por el negro presagio.

Grupo de investigación de Tecnología de Procesos Químicos y Bioquímicos,
de la Universidad de Valladolid (foto tomada de la web de la UVa)
Porque quizás la vida misma –pienso esta noche mientras levanto la vista del manillar  y de los veinte metros de carretera delante de mí para contemplar la luna en cuarto menguante pero crecientemente brillante- no sea más que eso: contemplar la inmensa belleza con la que otros han ido sembrando nuestro mundo, e ir mejorándolo un poco mientras se aproxima el augurado desastre. Que quizás, como ocurre en la película, sea diferente al reflejado en las aguas del negro espejo del pozo y lleve en sí mismo el germen de la esperanza.

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