viernes, 24 de febrero de 2012

Ruedas, engaños y cacharros inteligentes

Gurruñito de papel en el sensor del piloto

Qué fácil me ha resultado engañar al sensor "inteligente" del piloto trasero de mi bici, pero cuánto tiempo me ha costado descubrir la manera de hacerlo. Me tenía amargada el que me hubieran vendido ese modelo "smart", porque sólo se encendía cuando su majestad consideraba que había oscuridad, concepto en el que, al parecer, no se incluía el de la niebla, así que bastantes días de este invierno me he visto circulando con dieciocho ojos –quince de ellos en la nuca-, más vendida que los amigos de Judas Iscariote y acordándome malamente del tipo "inteligente" que había parido el cacharro este a su imagen y semejanza. Hasta que una tarde se me apareció MacGyver en la siesta y dejé de ahogarme en un vaso de agua; doblé un trocito de papel, lo pillé en el soporte del piloto a la tija de forma que tapase el sensor, y problema resuelto: desde entonces, pulso el interruptor cuando necesito luz, y me obedece como un corderito.

El triunfador impaciente

Durante estos días he recordado muchas veces ese apaño, porque me ha tocado vivir un episodio de engaños y de sensores "inteligentes" que no sé si tendrá tan fácil solución. Todo empezó con un concierto de cinco corales con la Josva estas navidades en el Auditorio Miguel Delibes, que resultó requetebién. Tanto, que su promotor, Ernesto Monsalve, Director de la Josva y de la Asociación Antonio Salieri, vio en esta colaboración la oportunidad de impulsar un orfeón para Valladolid, y así se lo planteó a las corales implicadas, con un enfoque light: las corales no perderían su identidad, sino que se agruparían, junto con la Josva y la Asociación Cultural Salieri, para tres o cuatro conciertos al año, actuando entonces como Orfeón de Valladolid, agrupación ocasional que no tendría personalidad jurídica -y así se plasmó en sus estatutos o carta fundacional-, siendo el promotor de cada concierto el que asumiera su riesgo y ventura económica.

Con estos antecedentes, cuál no sería el asombro de esos 238 coralistas pucelanos al ver anteayer en los medios de comunicación las declaraciones de Ernesto Monsalve afirmando que había planteado a La Enseñanza, Fuente Berrocal, Santa Cecilia, Támbara, Vallisoletana y Valparaíso dejar de ser corales para convertirse en orfeón; dando un paso más, y hablando, ya sin ambages, de las "antiguas" corales que ahora se integran en el orfeón –de un solo adjetivo se liquidaba verbalmente  a las seis corales, que no tienen ninguna intención de disolverse ni desaparecer-; y, por último, descolgándose con el tiento de que "el orfeón se integrará en la Asociación Antonio Salieri", cuando la Salieri no es más que uno de los ocho o nueve grupos que unirán sus esfuerzos en la nueva formación.

Sí, es claro que un gurruñito de papel no podría bloquear un sensor de oportunidades políticas tan agudizado que no localiza como peligro de naufragio el jugar con las voluntades de tantas personas que dedican a la música su tiempo, empeño y parte de su dinero, ni el despreciar la profesionalidad de los directores de las seis corales, a los que por el arte de birlibirloque se califica de "ayudantes a su cargo".

Fotografía tomada de la web del Twizy
Gracias a las ruedas que me han dado tanto

Dándole vueltas a este asunto, arranqué con la bici a la salida del trabajo en dirección contraria a la de mi casa, con intención de contemplar la caravana de los Twizy, que se tienen que estar gastando una pasta en recargas y en neumáticos para recorrerlos 625.000 kilómetros que tienen proyectados por las calles de Valladolid. No lo conseguí, a pesar de dar unas cuantas vueltas por el paseo de Zorrilla, García Morato, Filipinos e Isabel la Católica (debían de estar entonces en plena siesta de recarga), pero no me importó, porque disfruté de la vista del Campo Grande, la plaza de Zorrilla y la de Poniente a la luz de este día límpido como pocos, en el que el aire parecía licuarse de pura transparencia.

Con la tibieza de este sol de febrero en mi espalda, se me venía a la memoria la canción de Violeta Parra "Gracias a la vida", que yo ya tengo versionada para mis adentros como "Gracias a las ruedas" –y a los pedales- , y pensé que, al finalizar su hazaña, los Twizy podrían donar sus neumáticos gastados a Alicia Vacas, la misionera vallisoletana que colabora con la Escuela de las tres mil ruedas, para seguir construyendo escuelas para los beduinos de la comunidad jahalin de Cisjordania, para los que ojalá se puedan parar las órdenes de deportación y de demolición de la escuela, y logren un entorno estable de desarrollo personal y comunitario.