miércoles, 27 de septiembre de 2023

Sin sombra y con la leña apilada

Qué triste estaba la mañana convaleciente de la sobredosis de cainismo del debate de investidura. Y qué triste estaba mi corazón después de ese esfuerzo inútil (contemplar la votación, como si en la mirada de cada diputado se pudieran atisbar las posibilidades de ese entendimiento y diálogo que tanto más se desmiente cuanto más se pregona), que, como todo esfuerzo inútil, conduce a la melancolía -ya lo dijo Ortega y Gasset-. Inútil porque si algo ha quedado claro en algunas intervenciones es que lo único importante es señalar al otro como "el malo absoluto", aquel con el que no se debe dialogar, sino solo expulsarlo a las tinieblas exteriores.

Aun así, todavía hice un último acopio de ánimo, y, aprovechando que hoy no me tocaba preparar la comida, me arranqué del sofá, me puse el casco y las playeras y me di el primer impulso con el pie derecho en el pedal. Respondió el pie izquierdo a su pedal correspondiente y así seguí, medio sonámbula, sobre el asfalto que abducía mi mirada ausente, perdida todavía en la tribuna, los escaños y el racimo de fotógrafos en los pasillos laterales.

¿Dónde estaban hoy los aromas de todos esos árboles y flores que otros días me saludan desde los jardines cuidados o desde los ribazos asalvajados que a ratos bordean la acera y el carril bici de mis andanzas? Únicamente un sol sofocante y de bochorno me acompañaba en el camino, así que instintivamente la bici dirigió mis pasos hacia el parque de Villa de Prado, recordando el frescor que a la hora del almuerzo encontraba en sus sombras hace tres años, cuando nos incorporamos al trabajo presencial después del confinamiento y no nos atrevíamos a almorzar en la cafetería.

Pero, ¡ay!, allí donde entonces encontraba un rincón de descanso y de placer en la lectura, hoy solo estaba un escaso recuerdo de sombra raquítica que no llegaba a refrescar, así que emprendí el regreso al olvido que me esperaba en casa, en el libro Unto a good land, acompañando por el cauce del Misisipi a la familia de emigrantes suecos que en 1850 salieron de su tierra buscando un sitio donde superar la pobreza a la que estaban abocados.

Y nada más arrancar, a pocos pasos del banco de la poca sombra, me encontré con la imagen exacta del calor enfermizo que sentía y de la falta de aire para respirar: allí estaban las ramas de la poda apiladas para leña. Es verdad que solo quedaba uno de los troncos gordos, porque los demás se habían llevado al hemiciclo para alimentar la hoguera del rencor. Precisamente desde aquí, desde Valladolid.