domingo, 21 de febrero de 2021

Maruja corriendo por una causa. #10porlaEducación

Cartel de la Carrera
(tomado de la inscripción)
Era la primera vez que participaba en la carrera "Corre por una causa", de Entreculturas. Sobre todo, porque no tenía ni idea de que se pudiera participar corriendo en bici. Cuando vio que este año, con eso de ser la carrera virtual, existía la modalidad de 20 km en bici, no se lo pensó dos veces y se apuntó.

La pega es que esa modalidad de carrera virtual implicaba que uno mismo había de diseñar su recorrido y hacerlo en solitario, como procede en tiempos de COVID. En su primera incursión en Google Maps para preparar un itinerario, ningún recorrido acababa de convencerla, pero se le quedaron los tramos de carril bici y las posibles carreteras bailando en la cabeza en los siguientes días.

Y como una, cuando se hace vieja, empieza a parecerse irremisiblemente a su madre, enseguida empezó a mezclar inconscientemente, en un suculento cóctel, las cosas que tenía que hacer el fin de semana con el recorrido de su carrera ciclista; igual que hubiera hecho su madre, a la que siempre le gustaba matar no dos, sino siete pájaros de un tiro.

Total, que acabó convirtiendo la carrera en algo muy parecido al recorrido de cualquier repartidor de Glovo, pero sin una caja amarilla como la de ellos que tan bien le hubiera venido. Así que, igual que había visto hacer a muchos participantes en triatlones, en lugar de ponerse el dorsal en la espalda, lo llevaba colocado delante del manillar, ya que la espalda la tenía tapada con una mochila llena de cajitas de bombones hechos por uno de sus hermanos para repartir entre otros hermanos y sobrinos, y que la llevaba un poco escorada hacia la derecha para que no se chocase con una bolsa isotérmica que se había colgado en el hombro izquierdo, llena de táperes con comida para los hijos presos de la multiteletarea.

Primera parada, junto a Fuente Dorada

Siete kilómetros y medio después, en una breve parada de apenas dos minutos, pudo desembarazarse de la bolsa de los táperes y continuar un recorrido que bien pudiera parecer el de cualquier procesión de Semana Santa o cabalgata de Reyes: bajada de la Libertad, orillando el Calderón hacia Felipe II, San Pablo, el Hospital de Rondilla, calle Mirabel, Imperial, las Brígidas, San Ignacio, San Benito, Correos, Poniente, San Lorenzo y María de Molina, plaza de Zorrilla, Acera de Recoletos, calle de la Estación y de la Vía, Paseo del Cauce, Guadalete, vuelta por Paseo del Cauce, Palacio Valdés, plaza de Vadillos y de Louis Braille, Santa Lucía, don Sancho, San Luis, Acibelas, Labradores, Alonso Pesquera, Santuario, López Gómez, Plaza de España, Duque de la Victoria, Constitución, Menéndez Pelayo, Claudio Moyano, Doctrinos y la avenida de Miguel Ángel Blanco.

Segunda parada, calle Mirabel

Con otras tres brevísimas paradas en algunas de esas calles, se había librado de todas las cajitas, había sacado dinero del cajero automático y ahora enfilaba la orilla del río por la calle arzobispo Delicado pensando "me quedan siete kilometrillos, casi todo recto, así que voy a pedalear a lo bestia". ¡Ja!, no había contado con el viento, que ahora le era contrario, así que la similitud con la bestia se quedó en el jadeo. Pero le dio tiempo a pensar. "Este recorrido urbano tan raro -se preguntaba- ¿valdrá como carrera?". Bueno, se dijo, tampoco importa mucho la ortodoxia, lo importante es el esfuerzo y la intención.

Tercera parada, calle Guadalete

Y no hay duda que intención le había puesto. Porque, obligada a parar en los semáforos, a continuación emprendía la marcha acelerando todo lo que podía para no olvidarse de que estaba en una carrera. Y en ese contraste entre paradas y acelerones, se le figuraba que así sería la vida de los que se dedican a la educación en esos proyectos -de los que tanto había oído hablar a su hija aquel verano que trabajó como voluntaria en una escuela de Fe y Alegría en Andahuaylillas, en la parte sur de los Andes peruanos- a los que irá destinado lo que se recaude en esta carrera: unas veces, obligados a parar por los problemas que se presenten, y otras acelerando todo lo que puedan cuando las circunstancias les sean propicias o les llegue la ayuda necesaria. Y se esforzaba alegre contra el viento sintiéndose cerca de esa gente, aunque su propia vida fuese mucho más trivial y comodona, y muchas de las preguntas que se hacía no tuvieran respuesta o, si la tenían, fueran una temida denuncia de tanta incoherencia en su propio trote vital.

De vuelta en casa

A fin de cuentas -le chivó el agua caliente de la ducha que la estaba dejando como nueva a la vuelta de la aventura-, además de recaudar dinero para poder seguir liberando por la educación a tantos oprimidos, ¿no era esa la finalidad de estas iniciativas, calentar el corazón de los participantes para que se atrevieran a hacerse las preguntas que temen porque les obligarían a implicarse para cambiar un poco este tinglado de mundo injusto en el que andamos?