jueves, 18 de abril de 2013

Aguas turbulentas, Luis Laforga y creatividad

Sopla el viento cuando salgo del hospital, y arranca las primeras gotas de lluvia de estas nubes locas que han convertido marzo –y lo que va de abril- en una sucesión de chaparrones con intervalos de oscuridad a secas. Pero pienso que lo de ahora será pasajero, así que desengancho mi bici de la pata de una de las sillas de Mariscal y comienzo, contenta, el camino de vuelta a casa por el carril-bici-peatonal-canino de la calle Arribes del Duero.

Para cuando cruzo la carretera de Segovia y bordeo el Pinar de Jalón, la lluvia es ya considerable, pero no me desanimo ni busco refugio en la marquesina de la gasolinera junto al Lidl, porque me dura el ánimo positivo de las minivacaciones de Semana Santa y porque a estas alturas me he dado cuenta de que la visera de mi casco tiene una especie de canalón que bifurca el agua hacia dos cuernecillos laterales por los que desembocan sendos regueros, dejando libre, justo frente a mis gafas, el espacio de una pantalla nítida en la que contemplar la vida a lo largo de los 8,2 kilómetros de mi camino –debería decir las 4,43 millas de mi navegación-.

Llego a casa calada hasta los huesos, y, mientras regalo mi cuerpo con ropa seca, mi pelo con la caricia del aire caliente, y meto en la lavadora todas mis pertenencias, me siento eufórica, con solo la sombra de un remordimiento: el de haber afirmado en otro artículo –infame calumnia que hoy desmiento- que mi bici no sabía nadar. Es mi biciclo puritito donaire vadeando charcos como lagunas.

Medardo Fraile y el Pisuerga turbulento

También hoy desafío a las nubes en un breve trayecto hasta la plaza de San Nicolás, porque termina el plazo para devolver a la biblioteca los libros de Medardo Fraile que saqué el mismo día que me enteré de su muerte –y de su vida y obra, que hasta ahí llegaba mi ignorancia- y que han sumado estos días la bella tristeza de sus cuentos a la belleza triste de las tardes lluviosas junto al mar. Voy pensando, mientras bordeo el Pisuerga turbulento, en cierto parecido entre el fatalismo de algunos relatos de Fraile y el desamparo que sentía hace treinta años con El Jarama de Sánchez Ferlosio, cuando la chica se ahogaba en el río mientras la vida seguía completamente al margen, ignorante de su tragedia.

Me saca de mis cavilaciones el ruido de un helicóptero que sobrevuela el río por encima del puente de Isabel la Católica ("deben de estar controlando el caudal, ojalá este año no llegue a desbordarse", me digo), y, cuando llego a la intersección del paseo con San Quirce, me sorprende la muchedumbre de curiosos en la Playa de las Moreras, donde un compañero periodista me informa de que el helicóptero, las lanchas y el gentío no son por la crecida, sino porque buscan el cuerpo de un chaval que ayer se perdió braceando en la corriente.

Iglesia de La Antigua. Fotografía de Luis Laforga tomada de su web
Valladolid no será la misma sin su mirada

Después de ese día he seguido, como siempre, bordeando el río –hacia el este, aguas arriba, por la mañana, y a favor de la corriente, en contra del viento, por la tarde-, todavía turbulento, todavía con las Zodiacs buscando sin éxito; y yo, temiendo abrir el periódico o escuchar la radio al llegar a casa, porque la desembocadura de cada atardecer ha estado desde entonces acompañada por el tañer del toque de difuntos: un toque quedo por la muerte absurda de Lee Halpin, joven periodista de New Castle, que quería demostrar su valentía viviendo las historias que contaba; solemnes toques de nostalgia, hagiografía y vituperios por las muertes simultáneas de Sara Montiel, José Luis Sampedro y Margaret Thatcher; y el toque tremendo de clamor que el miércoles paralizó mis dedos en el teclado al leer que ya no volveremos a encontrarnos por las calles de Pucela la figura inconfundible de Luis Laforga con su bolsa al hombro y la cámara en su mano maestra.

Me asomé a la noche, buscando instintivamente  la compañía de la luna, pero se había vestido de riguroso luto de luna nueva y me negaba el consuelo de esa luz que derramaba sobre los contrapicados granangulares de los edificios de Laforga mucho antes de que existiera "Ríos de luz". Me dio por pensar que nos va faltando demasiada gente de la que ha marcado el carácter de la ciudad. Que Valladolid ya no será la misma sin el secreto de su mirada, igual que no lo es sin Miguel Delibes, Fernando Urdiales, Francisco Pino, o sin Miguel Escalona sentado junto a la puerta del Desierto Rojo.

Rosa Chacel y la creatividad artística en Valladolid

Así se lo contaba esta tarde a Rosa Chacel, junto a la que me senté un momento en su banco de Poniente. Pero ella, siempre tan tranquila, con una rosa que no se marchita en su regazo, parecía contestarme que esos pensamientos son propios de quien que se empeña en bracear inútilmente contra la corriente del tiempo, en lugar de sentarse pacíficamente, como ella, a contemplar lo mejor del Valladolid de cada momento.

Y es verdad. Mientras me despedía de ella y guardaba la cazadora en la mochila –me ha pillado el calor sin cambiar de atuendo, y me achicharro pedaleando con tantas albardas-, me he dado cuenta de que hace menos de un mes, antes de que me acometiera la tristeza de las aguas, andaba yo de zarandillo, trotando entre exposiciones, conciertos y presentaciones de libros, asombrada de que Pucela tuviera tanto que celebrar en el día de la creatividad artística. Y ahora me recreo en todo ello: Félix Cuadrado Lomas cuenta cómo cedió y accedió a ser nombrado académico honorífico de la de Bellas Artes, de la que también ha entrado a formar parte María Ángeles Porres, recibida por Diego Fernández Magdaleno; mientras tanto, Belén González, que andaba exponiendo fotocopiadoras feas en "Creadores transfronterizos" como una reflexión sobre lo efímero de la experiencia artística, fijaba en bronce un árbol de fuertes raíces, homenaje a Delibes, en la puerta de la casa donde nació el escritor; y Alejandro Cuevas aprovechaba para ganar el Premio Internacional de Cuentos Lena.

Escultura de Belén González en la casa
donde nació Miguel Delibes
 Eso, sin contar a los chavales que empiezan con paso firme y trabajo serio. Entre ellos, la violinista Clara Alonso Tofé, que ofreció un magnífico concierto en el Ateneo de Valladolid junto al pianista Francisco Fierro; y el grupo Octubre Polar, que ha conseguido situarse en el primer puesto del concurso de bandas del Arenal Sound, en el que, si les ayudamos desde Pucela con unos cuantos votos, compartirán escenario central con los grandes.