lunes, 12 de marzo de 2012

Cuatro gotas (lluvia, gasolina, alegría y libertad)

Iba yo toda chulita, pedaleando sin manos en el frescor de la mañana, dispuesta a empezar un día de trabajo en el que el aire, por fin, olía a la lluvia anunciada en las previsiones meteorológicas. Entré en la rotonda de la avenida de Salamanca y, nada más incorporarme al carril bici, a punto estuve de perder el equilibrio sobre el sillín, del susto que me llevé al ver el tótem de la estación de servicio marcando 1,47 euros el precio de la gasolina de 95 octanos (pocos días después lo vería a 1,49).


Otto, Fritz y telarañas en los guardabarros

Hasta ese día, el tótem de los precios me recordaba cada mañana uno de los chistes que contaba mi padre siendo yo muy pequeña. "Otto, hoy he ido al trabajo corriendo detrás del autobús y me he ahorrado dos pesetas". "Eso no es nada, Fritz, yo he corrido detrás de un taxi y me he ahorrado treinta y cuatro". Y sonreía pensando que todas las semanas era casi un céntimo más rica por cada litro de gasofa no consumida. Pero el viernes pasado, cuando empezaba a aplicarse el céntimo sanitario, la subida repentina de ¡cinco! céntimos el litro no me trajo a la memoria ninguna gracia tipo Lepe, sino la imagen clara de una familia en paro del barrio de la Victoria, donde me hospedaba en mi primer año de vida en Valladolid, que solo cogía el coche en las fiestas de guardar para acercarse al pueblo a ver a los abuelos. Pensé que ahora serían muchas las familias que tendrán telarañas entre las ruedas y los guardabarros del coche.

Subir hasta las nubes para empujar las gotas una a una

Y así comenzó una semana de sabor un poco triste, en la que todo lo que me rodeaba parecía formar parte de una cadena de trabajo con mucho esfuerzo y poco fruto a la hora de sacudirse esta crisis que acogota el ánimo además de la economía. Esa misma noche, con la tormenta ya en todo su esplendor, un grupo de amigos de una asociación cultural intentábamos combatir con un impulso del ánimo la murria que nos producía la ausencia de más compañeros que de costumbre en esa cena anual, en la que la conversación de las distintas mesas rondaba sin remedio el tema de la crisis, aunque los más optimistas la desviaban hacia la aparición de la lluvia que tanta falta hacía para campos, salud y limpieza del ambiente.


Pero hasta la lluvia (que desapareció esa misma madrugada igual de rápido que había llegado, sin dejar más rastro que una docena de charcos) parece negarnos su favor, o repartirlo con una escasez morosa y reticente. Es como si hasta el agua que necesita la planta de nuestra economía nos la tendremos que ganar subiendo con una escalera hasta las nubes para empujar las gotas una a una. Así veo el empeño de los chavales que en estos momentos se atreven a lanzar sus iniciativas en forma de empresas (Isabel Villanueva, con una empresa de apoyo a la mujer en el posparto y el puerperio; Laura Valles y Patricia Rodríguez, con un centro de manicura y pedicura; Pablo Francisco y José Manuel Alonso, forrando de publicidad los coches; o Roberto Abón e Iván Fernández, con un servicio de teleasistencia para personas mayores o víctimas de violencia sexista) y a los que El Norte de Castilla prestará su voz en una nueva sección.

Así veo también la valentía de los comerciantes del Mercado del Val, que han decidido escotar a razón de 60.000 euros por barba para integrarse en el consorcio (cuya constitución se aprobó en el Pleno del Ayuntamiento el día 6 de marzo) de una reforma que convertirá este mercado centenario en un centro de comercio y gastronomía en el centro de la ciudad, dando nuevo lustre a este edificio decimonónico de arquitectura de hierro construido a inspiración de Les Halles de París.

¿De dónde lloverá la libertad?

Guardando el jueves la bici en el garaje, las farolas de mi calle, que empezaban a arrojar una luz tenue antes de que abandonaran el horizonte las últimas ráfagas violetas del atardecer, me parecieron el reflejo exacto de esa tristeza que había acompañado la semana. Sin embargo, a la mañana siguiente, dos almendros apostados entre la maleza que baja de la avenida de Salamanca al meandro del Pisuerga en Arturo Eyríes me enseñaron las flores que este año pensé que nunca iban a llegar (al mediodía parecían haberse multiplicado por diez y esta mañana era ya un escándalo de belleza) y cambió mi percepción de la realidad. Me pareció más posible que este túnel tuviese un final, y sentí una admiración sincera hacia toda esta gente que es capaz de persistir con sus iniciativas en momentos duros, porque creo que son ellos los que, a base de acarrear las gotas de agua desde las nubes, logran empapar la tierra y romper el círculo vicioso de la sequía de ideas y de ánimo. Aunque a veces se encuentren tan solos como los colectivos que expusieron sus trabajos en las Cortes de Castilla y León en la muestra de la Red Europea de lucha contra la pobreza y la exclusión social.

Solo me pregunto ahora a qué nube podría haber ido Kofi Annan a buscar las gotas de libertad para haber tenido más éxito en el difícil intento de reblandecer los pedruscos de un régimen en el que pueda darse una aberración como las torturas a heridos civiles que denuncia un médico sirio del hospital militar de Homs.