lunes, 29 de octubre de 2012

Eludiendo por eso el mal presagio... (I)


Somos seis ciclistas haciendo fila en el carril bici ante el semáforo del puente Juan de Austria. Lo insólito de esta muchedumbre sobre dos ruedas me confirma que después de las vacaciones –ya perdidas en el olvido y en la dulzura de cualquier tiempo pasado- ha comenzado en Valladolid un año diferente.

"Un año gris y triste", me grita desde la orilla del río la tirolina desguazada del parque de aventuras Juan de Austria, mientras me araña el rabillo del ojo con trazos de carboncillo de infancia perdida, como las ilustraciones de aquella edición de 1964 de los cuentos de Andersen que sueño con encontrar en cada feria de libros usados para recuperar una parte de mi historia. Pero no le hago caso y sigo pedaleando donosa. "Hay gente a la que no le apabullan tus malos augurios", le contesto. Y, si no te lo crees, fíjate en esos chicos que son capaces de hacer vino con zanahorias. O en Susana Quirós, la ingeniera técnica de minas que trabajaba en la construcción y, al quedarse en paro por la crisis, ha tenido redaños para reciclarse en exitosa profesora de cocina.

"Un año gris y triste", insisten las estrechas aceras de la calle Paulina Harriet , acentuando la melancolía ínsita de la tarde de domingo –para más, lluviosa-, mientras pedaleo por su calzada también angosta y se me clavan en el ánimo restante los pasos exhaustos de dos viejos  que caminan de la mano hacia su portal en sombra. Pero yo desoigo cualquier palabra funesta, resuelvo mis asuntos y vuelvo por la calle Recoletas, ignorando la oscuridad de sus bajos sin comercios y la fealdad de sus garajes, y pensando que por allí tienen la sede los del Teatro Corsario, que están triunfando en su trigésimo aniversario con "El médico de su honra". Además, cuando ya en casa buceo en la web de Corsario para ver su calendario de actuaciones, el hilo de un ovillo cibernético inesperado me lleva al videoclip de "Intemporal", el último disco de los pucelanos Señorita Nocte, en el que la voz de Rak Martínez Manjarrés (¿dónde está, ahora que Ana Expósito ha pasado a ser la vocalista del grupo?) acaricia las imágenes de varios rincones de Valladolid proporcionándoles una poesía insospechada.

Julián Jiménez. Escultura de Ignacio Gallo. Imagen tomada
de la web de la Real Academia de la Purísima Concepción

El paránguari que no sabía quién era

Cuando ya me creo a salvo de las voces agoreras, una decepción traicionera arrasa los palos de mi sombrajo y me quedo a la intemperie, vagando de ida y vuelta cada mañana con su tarde, y cada noche urdiendo en duermevela inviable venganza. Y me vienen a la memoria, como siempre en las ocasiones tristes, los versos de Miguel Hernández en "Tengo estos huesos hechos a las penas": "Eludiendo por eso el mal presagio / de que ni en ti siquiera habré seguro, / voy entre pena y pena sonriendo".

Ellos me parecen la expresión exacta de lo que está pensando el violinista vallisoletano Julián Jiménez en la escultura realizada por su amigo Ignacio Gallo, que recibe a los visitantes de la exposición "A los progresos de las artes" en la Sala de Las Francesas. Y también se me antojan el resumen certero de la vida del poeta leonés Agustín Delgado -mi profesor de literatura en aquel COU del curso 1972-73 en el Instituto Cardenal Mendoza de Burgos-, que con su muerte ha adelantado el comienzo del otoño. Guiada por el recuerdo de una clase en la que nos leyó algunos de sus poemas, me pongo a buscarlos entre números sueltos de la revista Claraboya  y los libros Espíritu áspero y Discanto, y me quedo fija en la sexta de sus nueve "Rayas de tiza": "Porque hemos llegado / A un tiempo en que es mejor / Leer historias tristes / Que decir una sola palabra verdadera".


Junto a los libros de Agustín Delgado encuentro en mi estantería El paranguaricutirimicuaro que no sabía quién era, un Espasa juvenil dedicado por su autor, mi vecino de infancia y de pupitre en la carrera, José María Plaza, magnífico escritor burgalés al que le valió el Premio White Raven de la Biblioteca Internacional de Munich. Cuenta la historia de un animal muy raro (al ratón le parecía muy grande y al oso excesivamente pequeño; tenía las patas muy gordas para ser cigüeña y muy flacas para ser elefante; cuello demasiado corto en opinión de la jirafa, y ojos esmirriados si le preguntabas al sapo) que no sabía quién era. Y así me sentía yo esos días –quizás así nos sentimos todos cuando se nos descoloca demasiado el reflejo que recibimos en una opinión ajena que respetábamos-, sin ánimo para mirarme al espejo y despejar la duda.

Maquetas de la exposición Plays en el Museo Patio Herreriano

Aligerando el sillín de la bici

 Sin embargo, esta incertidumbre se me despejó de un plumazo una tarde que me acerqué al Patio Herreriano con intención de contemplar los artilugios arquitectónicos de Juan Carlos Arnuncio reunidos en la muestra "Plays", y me encontré, en otra sala del museo, la exposición "Los sueños de Helena", con ilustraciones de Isidro Ferrer. Y, de repente, allí estaba yo, en uno de esos cuadros, con mi bici y con todos los conocimientos de mi vida perfectamente clasificados y cargados sobre el sillín, robándome el sitio de mi descanso y pesando, pesando muchísimo.


Cuando salía del museo, riéndome un poco de la solemnidad con que me había tomado mis infortunios, vi que en el patio de los reyes estaban haciendo una entrevista a Javier Angulo. Y pensé que ese hombre parece también estar siempre eludiendo el mal presagio de no hallar seguro en los dineros con los que cuenta cada año para hacer el juego de malabares de sacar adelante la Seminci. Pero ahí le tienes, entre pena y pena sonriendo, y logrando una vez más el milagro.