Somos seis ciclistas haciendo fila en el carril bici ante el
semáforo del puente Juan de Austria. Lo insólito de esta muchedumbre sobre dos
ruedas me confirma que después de las vacaciones –ya perdidas en el olvido y en
la dulzura de cualquier tiempo pasado- ha comenzado en Valladolid un año
diferente.
"Un año gris y triste", me grita desde la orilla
del río la tirolina desguazada del parque de aventuras Juan de Austria,
mientras me araña el rabillo del ojo con trazos de carboncillo de infancia
perdida, como las ilustraciones de aquella edición de 1964 de los cuentos de
Andersen que sueño con encontrar en cada feria de libros usados para recuperar
una parte de mi historia. Pero no le hago caso y sigo pedaleando donosa.
"Hay gente a la que no le apabullan tus malos augurios", le contesto.
Y, si no te lo crees, fíjate en esos
chicos que son capaces de hacer vino con zanahorias. O en Susana Quirós, la
ingeniera técnica de minas que trabajaba en la construcción y, al quedarse en
paro por la crisis, ha
tenido redaños para reciclarse en exitosa profesora de cocina.
"Un año gris y triste", insisten las estrechas
aceras de la calle Paulina Harriet , acentuando la melancolía ínsita de la
tarde de domingo –para más, lluviosa-, mientras pedaleo por su calzada también
angosta y se me clavan en el ánimo restante los pasos exhaustos de dos viejos que caminan de la mano hacia su portal en
sombra. Pero yo desoigo cualquier palabra funesta, resuelvo mis asuntos y
vuelvo por la calle Recoletas, ignorando la oscuridad de sus bajos sin
comercios y la fealdad de sus garajes, y pensando que por allí tienen la sede
los del Teatro
Corsario, que están triunfando en su trigésimo aniversario con "El médico
de su honra". Además, cuando ya en casa buceo en la web de Corsario
para ver su calendario de actuaciones, el hilo de un ovillo cibernético
inesperado me lleva al videoclip de "Intemporal", el último disco de
los pucelanos Señorita Nocte, en el que la voz de Rak Martínez
Manjarrés (¿dónde está, ahora que Ana
Expósito ha pasado a ser la vocalista del grupo?) acaricia las imágenes de
varios rincones de Valladolid proporcionándoles una poesía insospechada.
![]() |
Julián Jiménez. Escultura de Ignacio Gallo. Imagen tomada de la web de la Real Academia de la Purísima Concepción |
El paránguari que no
sabía quién era
Cuando ya me creo a salvo de las voces agoreras, una
decepción traicionera arrasa los palos de mi sombrajo y me quedo a la
intemperie, vagando de ida y vuelta cada mañana con su tarde, y cada noche urdiendo
en duermevela inviable venganza. Y me vienen a la memoria, como siempre en las
ocasiones tristes, los versos de Miguel Hernández en "Tengo estos huesos
hechos a las penas": "Eludiendo por eso el mal presagio / de que ni
en ti siquiera habré seguro, / voy entre pena y pena sonriendo".
Ellos me parecen la expresión exacta de lo que está pensando
el violinista vallisoletano Julián Jiménez en la escultura realizada por su
amigo Ignacio Gallo, que recibe a los visitantes de la exposición "A los
progresos de las artes" en la Sala de Las Francesas. Y también se me antojan
el resumen certero de la vida del poeta
leonés Agustín Delgado -mi profesor de literatura en aquel COU del curso
1972-73 en el Instituto Cardenal Mendoza de Burgos-, que con su muerte ha
adelantado el comienzo del otoño. Guiada por el recuerdo de una clase en la que
nos leyó algunos de sus poemas, me pongo a buscarlos entre números sueltos de
la revista Claraboya y los libros Espíritu áspero y Discanto,
y me quedo fija en la sexta de sus nueve "Rayas de tiza":
"Porque hemos llegado / A un tiempo en que es mejor / Leer historias
tristes / Que decir una sola palabra verdadera".
Junto a los libros de Agustín Delgado encuentro en mi
estantería El paranguaricutirimicuaro que
no sabía quién era, un Espasa juvenil dedicado por su autor, mi vecino de
infancia y de pupitre en la carrera, José
María Plaza, magnífico escritor burgalés al que le valió el Premio White
Raven de la Biblioteca Internacional de Munich. Cuenta la historia de un animal
muy raro (al ratón le parecía muy grande y al oso excesivamente pequeño; tenía
las patas muy gordas para ser cigüeña y muy flacas para ser elefante; cuello
demasiado corto en opinión de la jirafa, y ojos esmirriados si le preguntabas
al sapo) que no sabía quién era. Y así me sentía yo esos días –quizás así nos
sentimos todos cuando se nos descoloca demasiado el reflejo que recibimos en
una opinión ajena que respetábamos-, sin ánimo para mirarme al espejo y
despejar la duda.
Maquetas de la exposición Plays en el Museo Patio Herreriano |
Aligerando el sillín
de la bici
Cuando salía del museo, riéndome un poco de la solemnidad
con que me había tomado mis infortunios, vi que en el patio de los reyes
estaban haciendo una entrevista
a Javier Angulo. Y pensé que ese hombre parece también estar siempre
eludiendo el mal presagio de no hallar seguro en los dineros con los que cuenta
cada año para hacer el juego de malabares de sacar adelante la Seminci. Pero
ahí le tienes, entre pena y pena sonriendo, y logrando una vez más el milagro.