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Fotografía de la exposición "El ocaso del imperio" |
Así que después de sendos fracasos al intentar visitar los "Pinares
castellanos" de Marcos Isamat en la Fundación Segundo y Santiago
Montes (así me entero de que esta sala solo abre los fines de semana) y al
llegar a la biblioteca de Filosofía y Letras un minuto después de que hayan
cerrado –curiosamente empezaba hoy su nuevo horario de verano-, apuro la marcha de la bici cambiando a un piñón más
pequeño y me llego hasta la sala de exposiciones del Teatro Calderón; el
desafío es grande, porque ya son las nueve y cinco de la noche, pero allí está
el guiño de la buena suerte esperándome nada más tomar la curva de la calle
Angustias a Leopoldo Cano: la puerta está abierta de par en par, y la luz, que
seguirá encendida hasta las nueve y media, ilumina para mí –soy la espectadora
solitaria de última hora- esos
rostros y paisajes en los que Kapuscinski buscaba aprehender la realidad
del imperio ruso desmoronándose y perseguir a una historia que él percibía como
furtiva, escapándosele de las manos.
Un olivo y un pañuelo
de seda al viento
Con la distancia se gana perspectiva: lo del otro día, más que
empeño o empecinamiento, era un intento de paliar la frustración por no haberme
construido a tiempo las tres bíblicas tiendas para quedarme a vivir, por
ejemplo, en la placita junto al puente de la tía Juliana, rincón bucólico de
Valladolid que he conocido gracias a la celebración del centenario del nuevo
trazado de la Esgueva -allí disfruté una mañana de domingo con la narración
de José Manuel de la Huerga, que, a modo de juglar, nos adelantó las
primicias de su próxima novela, y, dos domingos después, de la poesía de Olvido
García Valdés-; o para instalarme una temporadita entre las esculturas
de Venancio Blanco -a la sombra del hormigón (blanco) de las Cortes-, en
una de las exposiciones más bonitas y
amables que recuerdo, en la que los textos impresos en los paneles y un
audiovisual breve y magnífico ayudan a comprender y disfrutar la
transfiguración que en el acero corten, en el bronce o en la madera han operado
la mirada y las manos de este artista excepcional, grande.
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José Manuel de la Huerga en la plaza junto al puente de la tía Juliana |
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Exposición "El espíritu de Castilla y León en la obra de Venancio Blanco" |
Pero el caso es que una tarde tuve que ir a comprar la cinta
con la que luego arreglé la persiana del cuarto de estar; otra tarde la destiné
a la peluquería para evitar la crueldad mañanera del espejo con mis canas; otra,
a comprarme unas sandalias y un par de blusas; una más, a llevar los edredones
a la tintorería; y así hasta ciento, perdiendo la oportunidad de dedicarme a
esa vida contemplativa de la belleza a la que me sentí llamada bajo el olivo
del puente de la tía Juliana, mientras una brisa leve rizaba el pañuelo de seda
que vestía la mesa sobre la que la voz de Olvido acariciaba las palabras
mágicas de su libro y las hacía volar hasta tomar posesión de nuestros
corazones embriagándolos con una mezcla de dulzura y tristeza. Por tanto, he
tenido que quedarme a vivir a la intemperie de política y de incertidumbre que
nos asalta cada mañana desde las páginas de los periódicos, intentando
convencerme de que quizás lo mío no sea la mística sino la ascética.
La soledad de Metales
Extruidos y la ascética del periodismo comprometido
Así me lo confirma el canto estridente de las chicharras,
único sonido que acompaña mi pedaleo por la calle Kilimanjaro, de Pinar de
Jalón, a las tres y media de esta tarde de calor inmisericorde en la que he
decidido averiguar dónde se encuentra Metales Extruidos ante la ubicación
incorrecta de los mapas de Google al respecto –extraña excepción en esta
utilísima aplicación de información geográfica-.
Después de atravesar bajo la VA-30 por un camino de barro, me encuentro en el ilocalizable polígono industrial de Jalón, solo poblado por farolas comunicadas entre sí por calles dedicadas a los parques naturales (Monfragüe, Oyambre, la Laguna Negra, los Montes Obarenes o Somiedo), en las que alguna banda de cacos chatarreros ha arrancado las tapas de todas las alcantarillas y bocas de instalaciones, dejando unos cráteres que los vecinos paseantes del Canal del Duero han señalizado con un bosque de ramas secas que acentúa la sensación de abandono. Al fondo de una de estas calles, y apoyando su soledad contra la espalda de la factoría de Fasa, se encuentra la rutilante nueva fábrica de Metales Extruidos, estrenada hace poco menos de cuatro años con el objetivo de aumentar su competitividad, pero que no ha podido con la crisis y que ahora se enfrenta al cierre definitivo al no haber aparecido ningún extrusionador de metales que la devuelva a la vida.
Metales Extruidos, esperando un comprador que evite el cierre definitivo |
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Bocas de conducciones sin tapas en el polígono industrial de Jalón |
Ya de regreso en casa, mientras escribo rápidamente a Google
Maps y les comunico el error de localización de la fábrica -no vaya a ser que
haya alguien interesado en la compra y no sepa dónde encontrarla-, el magín se
me va a los 300 trabajadores que pueden unirse a la población creciente de
parados; y a
los 561 del Grupo Lince que han accedido a ver disminuido su sueldo para no
ser despedidos. Y vuelve el pensamiento a Kapuscinski, porque en este momento, en el que el cansancio de la crisis agudiza la náusea ante la panda de listillos glamurosos que se han estado llevando a espuertas el pan de los hijos de mucha gente, cobra especial importancia el papel que este amigo de Heródoto concebía para el periodismo –contar
la realidad para ayudar a cambiarla- y que le llevó a recorrer, en el viaje que
nos ha narrado la exposición de estos días, más de 60.000 kilómetros para
conocer y contar el ocaso de ese imperio llamado Unión Soviética.
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Ismael Alonso (foto de Dos Santos para La Razón, tomada de la web "Pedaladas contra el cáncer") |