Intento no pensar; ignorar la sensación de que me están
apresando la muela con una especie de gato de carpintero para
operar en ella con esas fresas que siempre temo que acaben dándome un tajo en
la lengua; en su lugar, centro mi atención en la decisión de cómo colocar mi
mano derecha –nunca me planteo dónde he puesto la izquierda, ni me molesta,
pero la derecha es una especie de estorbo supernumerario cuya presencia me
resulta ridícula posada en cualquiera de las partes del sillón o de mi propio
cuerpo-. El único consuelo es que mi dentista es diestro en su oficio y pronto
me veo enjuagándome con un vaso del que percibo solo la mitad de su borde,
porque el resto coincide con el trozo de boca y de cara que ha quedado
suspendido en el vacío de la anestesia.
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Conferencia de David Levy en el Club Internacional de Prensa de Madrid (foto tomada de la web Celebrating Journalism) |
Ahora, apenas cuatro horas después de los hechos de marras,
ya ni me acuerdo de ninguna de estas sensaciones: el rato pedaleando en la bici
con el viento de frente hasta el aparcamiento, las dos horas de viaje en coche
a Madrid en amena charla con sendas amigas, y los cinco minutos que llevo con
todos los sentidos puestos en entender el inglés de Oxford del conferenciante David
Levy han girado toda la atención de mi cerebro hacia la panorámica que este
observador nos ofrece de la profesión a la que he dedicado más de media vida y
que ahora, como casi siempre, se encuentra en una encrucijada compleja.
Patronos, patrones y
plumillas
"Corren tiempos duros para las empresas periodísticas,
pero no somos una industria agonizante", afirma Levy, y yo me dispongo a
escuchar pacientemente la correspondiente dosis de estereotipos manidos. Pero
me equivoco, porque el director del Reuters Institute –organismo de la
Universidad de Oxford para el estudio del Periodismo- tiene esa sencillez
arrolladora de los conferenciantes excepcionales, que hacen disfrutar a la
audiencia mientras le endiñan una carga de profundidad compuesta por ánimos y
desafíos a partes iguales.
Desde la turbia arena de los análisis sociológicos a pie de
calle, el informe anual del Reuters Institute va poniendo un poco de luz y de
orden a través de trece preguntas claras que han realizado a una muestra de
audiencias de nueve países (seis europeos, Estados Unidos, Brasil y Japón), y
de las que empieza a extraer
conclusiones -merece
la pena echar un ojo al informe de Levy para juzgar por uno mismo-: la
demanda del producto informativo sigue creciendo constantemente en el conjunto
de los soportes (periódicos tradicionales, digitales, televisiones, radios,
buscadores de noticias) y, en lo digital, desde todos los dispositivos:
ordenadores, tablets y móviles. Sin embargo, hay muy poca gente que haya pagado
por noticias digitales, aunque esa pequeña cantidad va creciendo tímidamente; y
muchas más personas estarían dispuestas a pagar por esos contenidos en un
futuro, si se les ofrece un producto de calidad (el caso del Brasil urbano es
llamativo).
El desafío, concluye nuestro disertador, es entender mejor a
los lectores (oyentes, telespectadores, internautas), estar presente en todos
los soportes tecnológicos y flexibilizar las fórmulas de pago: quién debe pagar,
cuánto, por qué contenido. Y yo me quedo tan tranquila, pensando que vale, que
es cosa de los patrones –que se estrujen la materia gris los empresarios-; pero
resulta que no, que en este día del patrono de los periodistas –ese chico de familia
bien de la Alta Saboya que se hizo cura en secreto y se dedicaba a escribir
panfletillos y repartirlos por las casas de Thonon-les-Bains para refutar
las teorías calvinistas, lo que le valió algún disgustillo, como dos intentos
de asesinato-, la última conclusión vuelve a depositar el peso de la
responsabilidad sobre las cansadas espaldas de los plumillas que abarrotamos el
Club Internacional de Prensa de Madrid; porque lo más importante para todo el
negocio es lograr ese valor añadido para el contenido periodístico, por el que
la gente estará dispuesta a pagar, y que tiene dos nombres: especialización y
análisis profundo.
Pilar Citoler y el
queso de Enid Blyton
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El andaluz perdido, de José Caballero, primera obra de la colección de Pilar Citoler (no incluida en esta exposición). Foto tomada de la web del IES José Caballero |
Le declamo mi código postal al controlador de la exposición,
me dejo absorber por la mirada profunda de Kevin, un hombre negro al que
retrató Pierre Gonnord, y continúo mi recorrido -en sentido contrario a las
agujas del reloj, a ver si así gano tiempo- admirando fotografías de RobertMapplethorpe o de Joseph Beuys, dibujos como L'archeologo de Giorgio de Chirico y pinturas como la serie Studies of Male Back, de Francis Bacon,
para terminar con la fotografía Zoo when it
snows, de Maggie Cardelus; y, mientras pedaleo a toda pastilla de vuelta al
trabajo, tengo el mismo desconcierto que sufría de pequeña cuando leía los
libros de Enid Blyton: el placer con el que sus niños británicos merendaban queso
y pan de jengibre entre aventura y aventura me hacía ir al armario de la cocina
convencida de que, esta vez sí, me gustaría el queso, pero nuevamente
experimentaba la decepción de comprobar que me sabía tan mal como de costumbre.
Es verdad que ahora me gustan todas las clases de queso, y cuanto más fuertes
mejor, pero no tengo la misma confianza en llegar a adquirir el paladar adulto
para el arte contemporáneo: por mucho que lo intento, por ahora solo he logrado
que me gusten las variedades más suaves, como las miradas
de Gonnord o las
madres de Henry Moore.
Linkedin me sugiere felicitar
a mi amiga por su nuevo trabajo: desempleada en el INEM
Ha pasado más de un mes desde mi peregrinación entre el
dentista y la conferencia de David Levy, pero algún engarce ha quedado en mi
cerebro relacionando las profesiones de odontólogo y periodista; a ello
contribuyó esa visita a la exposición de Pilar Citoler,
veterana profesional del ramo que ha creado una colección de arte de valor
incalculable invirtiendo lo ganado a base de empastes, limpiezas e implantes. Y
es que estamos dispuestos a pagar lo que sea por que alguien nos quite un dolor
insoportable y ponga nuestra boca en condiciones de comernos la vida. Sin
embargo, los periodistas somos más bien como el dolor de muelas: siempre
tocando las narices con lo que va mal, señalando las caries del paro y de la
injusticia, las gingivitis de las chapuzas y la piorrea de la corrupción, que a
punto ha estado de arruinar toda la dentadura del país –del continente, del
globo- y que sigue supurando.
En el mejor de los casos, un periodista es un buen ojeador
que ayuda a ver las piezas dañadas –y las sanas, no las vayan a quitar por
equivocación- a los posibles dentistas sociales (políticos, economistas, jueces,
educadores). Un ojeador, eso sí, que debe amoldarse a los nuevos soportes y
tecnologías con inteligencia para no caer en sinsentidos de la comunicación como
el que el otro día me proponía Linkedin: "felicita a Maica por su nuevo
trabajo". Y yo, eufórica, pensando que había mejorado su situación, pinché
en el enlace para felicitarla, y me encontré la información completa:
"Maica es ahora desempleada en el INEM. Felicita a Maica".
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Preferentistas junto al Bankia de María de Molina, y trabajadores de Metales Extruidos en la calle Platerias |
En estos días de lluvia y viento, mientras agarro el manillar
con firmeza y me pongo de pie sobre los pedales para soportar mejor las
embestidas de la ráfagas cambiantes, pienso en Maica y también en el grupo de
manifestantes de Metales Extruidos, que llevan soportando desde diciembre las
rachas cambiantes de las decisiones y propuestas de los administradores
concursales, del juez y de las dos empresas en liza. Ojalá se resuelva con
acierto esta
especie de puja de última hora entre Gryphus y Extrusiones Metálicas. Y,
sobre todo, ojalá cumplan lo que tan devotamente están prometiendo al juez y a
los administradores concursales para hacerse con el pastel.