A veces, la vida en otoño parece transcurrir en blanco y
negro -en escala de grises, para ser más exacta-, y especialmente este año, que
solo me asomo a la vida con miradas de reojo a través de la ventana mientras
tecleo en el portátil, o peor, me entero de ella por la pantalla, como de algo que
sucede en un mundo ajeno que recuerdo vagamente, y al que pienso volver, sí,
cuando acabe estas tareas que quizá me duren más que la vida misma. Gris como
los radios de las ruedas de mi bici, como su cuadro y sus llantas, sus pedales
y los guardabarros. Los detalles blancos y rojos que la adornaban han quedado
ocultos no solo por la capa de polvo que dejo crecer sin lavarla, sino sobre
todo por la tristeza que la cubre desde que casi ni la miro al arrancarla ni al
aparcarla, con prisas para llegar al trabajo y con prisas para llegar a casa y
seguir tecleando.
“Allí estaré”, me engañé cuando leí la noticia sobre la
segunda exposición de la serie Facies sapientiae (Rostros de la sabiduría);
si me hubiera acercado de cuatro pedaladas, habría podido comparar el rostro de
quien triunfaba llegando a ser
alcalde o rector con el del que sucumbía
mientras intentaba curar a los enfermos de la epidemia de cólera que azotó
Valladolid en 1885. Pero luego me consolé observando otras caras de la
sabiduría -pensé que más sabias, porque me recordaban más a la de NicanorRemolar, el que luchó contra el cólera-, las de los chavales que el 20 de octubre
intentaron explicar sus
respectivas tesis doctorales en tres minutos en el Paranifo de la
Universidad.
Sabiduría sencilla y simpleza grandilocuente
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Gonzalo Gutiérrez (arriba) y Gema Ruiz. Fotos: C Barrena |
Judith Martín y Sara Galindo, premios del público. Fotos Carlos Barrena (UVa)
Así se podría seguir hasta los quince finalistas, porque casi
todos ellos -dos fueron un poco más flojos- lograron la genialidad de explicar hallazgos
complejos de forma sencilla pero sin perder la esencia y la chispa de lo
averiguado. Hicieron gala de la sencillez que adorna a la sabiduría adquirida
con largos años de trabajo, escudriñando entre los logros de los anteriores,
ideando nuevos caminos para superar sus limitaciones, corrigiendo errores
mínimos que llevaban a resultados fallidos. Justo lo contrario de lo que se
encuentra ahora en cada esquina de la comunicación política: simplezas
maniqueas proclamadas como profundas verdades universales que nos liberarán de
la injusticia y de la escasez sin mover un dedo, salvo el de señalar a los
malos.
Perseguir la vida en Marte mientras me pierdo la que
tengo a la vuelta de la esquina
Un poco de la sabiduría aplicada de estos thesis facientes le habría venido bien al
Ayuntamiento de Valladolid para encontrar una solución -que los vecinos llevan
esperando 500 días- al incomprensible aislamiento de Pilarica respecto al resto
de la ciudad; y a los vecinos de Viana de Cega, Mojados, Cogeces y Megeces, que
buscan la forma de salvar al río Cega, al que en verano solo le queda el nombre,
y que en invierno, si viene lluvioso, se desmanda en torrente y arrasa con lo
que pille por delante.
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Exomars 2016 aproximándose a Marte (foto ESA/ATG medialab) |
Pero, sobre todo, un poco de esa sabiduría me hubiera hecho
falta a mí, que me
pierdo la superluna -casi al alcance de mi ventana- mientras maqueto
revistas, edito partituras, y en algún rato libre me asomo con fruición a las ventanas
de livestreaming de la Agencia
Espacial Europea para seguir la misión Exomars 2016 (el Trace Gas Orbiter fue
puesto en órbita de Marte satisfactoriamente, pero la sonda Schiaparelli no pudo
aterrizar en la superficie del planeta rojo), preparatoria de la Exomars 2020
en cuya sonda exploradora (la que deberá aterrizar con éxito dentro de tres
años y medio para excavar en la superficie de Marte buscando rastros de vida)
irá un espectrómetro diseñado por nuestro Fernando Rull de la Universidad de
Valladolid.
Pero me justifico pensando que no es solamente que manipule
con las manos para no pensar mientras transcurre la felicidad y la muerte
allende la ventana, sino que, cuando maqueto, mis manos son la cuna que mece
las palabras para que signifiquen más, para que casen con las imágenes, cautiven a nuestros ojos y encuentren el camino del corazón. Y al
editar partituras es como si tuviese el poder de dirigir la distribución de la
voz, de su timbre y su tono, la ordenación de intensidades y cadencias, la
perfecta alternancia rítmica entre sonido y silencio que produce la emoción de
la música.
Every day I go outside and
look at the vast horizons. Just because I can.
Es bueno que el primer encuentro con el espanto de la muerte
ocurra cuando se es mayor y el alma tiene suficiente callo para que no hiera
tanto. Aun así, a la perplejidad por lo inesperado se suma la evidencia de lo
absurdo, y me falta el aire para respirar. Llevo dos horas intentando comprender
que esta persona querida con la que paseábamos hace diez días por su ciudad
esté a punto de morirse por un tumor cerebral oculto desde Dios sabe cuándo.
Contemplo espantada la respiración jadeante con la que su cuerpo fuerte de
labrador infatigable (su mente ha quedado repentinamente perdida en un túnel
sin señalización) lucha contra lo inexorable. Cuando parece que se aquieta un
poco, nos damos cuenta, sin creerlo, de que en realidad se está enlenteciendo
hasta desaparecer, llevándose el color de su cara y su vida.
En medio de una pesadilla sin imágenes en la que mi cerebro
lleva varios días dándose contra el muro, me pongo una película para evadirme,
y resulta ser The Martian la que consigue arrancarme las lágrimas necesarias para volver a la vida.
Parece como si el astronauta Mark Watney (Matt Damon) me estuviera hablando cuando
les escribe a sus padres: “Every day I go outside and look at the vast
horizons. Just because I can” (“Salgo fuera todos los días y contemplo el
inmenso horizonte. Precisamente porque puedo”).
Es verdad que, salvo la línea de los tejados de Parquesol desde la biblioteca de La Flecha, me encuentro pocos horizontes inmensos que contemplar cada día. Pero, al menos, los árboles que enmarca mi ventana han recuperado sus colores emocionantes -¿cómo pude verlos en blanco y negro?-; y ayer mismo, ya invierno comenzado, salí con el telescopio y todo el familión a mirar las estrellas de la Noche Buena, aunque por el camino el dolor volviera a llamarme desde una parcela de manzanos en intensivo que parecían crucificados contra las vallas de alambre.