Meridiano de Greenwich en la A-2. Foto tomada de Wikimedia. Autor: Meiga72 |
Siempre le había asombrado esa aplicación mental de
telepatía -mucho mejor que cualquier app
de los móviles- que, sin ella quererlo, sincronizaba sus lecturas con la vida.
No solo por esta coincidencia del periódico de hoy, sino que justo el día en
que empezó a leer la novela de Silva un periódico le ofreció la contrapartida
real y amarga a la tesis-deseo de Lorenzo el Conciliador: el Rey no había entregado
los despachos a la nueva promoción de jueces (mayoría abrumadora de mujeres) en
Barcelona, como siempre, sino que habían
trasladado el acto a Madrid. No es que las cosas estuvieran como
para que Felipe VI se paseara por las Ramblas, pero tampoco sus señorías de
Cataluña estaban como para que se les negase el calor y el apoyo de la Corona
(del Estado) en el mismo espacio en el que ellas tienen que defender la ley y
la justicia en medio de escupitajos, desprecios y acosos.
Dulce decadencia (¿complacencia?)
de una sociedad feliz
Catálogo de la exposición |
El ladrón de bicicletas. Didier Lourenço. Foto tomada de la web de la Fundación Villalar |
Triangle on golden bed. Gino Rubert. Foto tomada de la web de la Fundación Villalar |
Pasaron cuatro meses y olvidó a la guardia civil, a los
pintores y mecenas catalanes y, casi, a los jueces desamparados del nordeste español.
Las mujeres de Goya
Ató la bici al tótem señalizador de la sala
Pasión, entró en la sala, declamó el código postal en el mostrador de
recepción y comenzó a leer el folleto de la exposición intentando ignorar la
crecientemente aberrante separación de sílabas del texto: "Luci-entes”,
“real-izó”, “Gen-eral”, “situ-ación” “mae-stro”... y así hasta ciento;
daba la impresión de que estos folletos se hicieran con un programa de maquetación
reñido con cualquier diccionario español; y que nadie se molestase en echarles
un ojo y corregirlos. Se centró en los grabados, luchando por encontrar el
ángulo imposible en el que las luces de la sala no hicieran reflejos en los
cristales de los grabados de Goya, de pequeño formato, que resultaban realmente
difíciles de contemplar: de cerca por los reflejos, de lejos por el tamaño.
Murió la verdad...
Pero ella estaba dispuesta a saber lo
que Goya pensaba de las mujeres –y, sobre todo, cómo lo dibujaba-, y esas
minucias de inconvenientes no lo iban a impedir. ¡Y vaya si pudo enterarse! Por
si los grabados y sus títulos no fueran suficientemente explícitos, los
acompañaban sendos comentarios que explicaban el significado de cada escena en
su contexto: mujeres insensatas que entregan su mano a cualquiera pensando que
casadas tendrán más libertad; familias pobres que sacrifican a sus hijas
jóvenes y hermosas, casándolas con viejos ricos jorobados, para salir ellos de la
pobreza; alcahuetas que simulan rezar el rosario mientras se ríen del incauto
que ha caído en las redes; prostitutas que despluman a los ricos y luego los
echan a escobazos; jueces que, en connivencia con los escribanos, viven de
desplumar a las putas –a las pobres, claro, las ricas hacen lo que les da la
gana-; bella bailarina que es asediada por nubarrones de avetuchos y no se
librará de caer en manos de alguno de ellos; clérigos que pagan a gañanes para
que secuestren a sus queridas; mujeres ricas que emplean a las mendigas de las
puertas de las iglesias para enviar recados a sus amantes; mozas incautas que
van a la cárcel tras quedar preñadas por su sensibilidad natural...
Mil facetas de un engranaje de sometimiento de la mujer, ya
sea por el matrimonio o por la prostitución, en medio de una corrupción y de
una hipocresía generalizadas; engranaje del que no se puede escapar y en el que
las propias mujeres tienen un papel activo al transmutarse en alcahuetas. Todo
ello lo resumía perfectamente una frase del crítico Robert Rosenblum
reproducida en la pared derecha de la sala: “A partir de los
Caprichos, Goya sugiere la gradual extinción de la era de las luces por la
era de la oscuridad”.
... y la justicia solloza sin consuelo
En la segunda planta de la exposición, los aguafuertes
cambian de tema: ahora la mujer, en “Los
desastres de la guerra”, aparece como heroína aguerrida y protagonista de
las acciones bélicas; y, en los “Disparates”,
envalentonada con un corro de amigas, mantea a un hombre burlándose del poder
machista figurado en un burro.
Por un momento, pensó que Goya se sumaba al canto a la
violencia como único medio para salir de la oscuridad y la corrupción -canto en
el que a veces han venido a coincidir anarquistas y fascistas partiendo de
ángulos opuestos-, pero rápidamente una imagen gigante en la pared del fondo
vino a sacarla de su engaño: Murió
la Verdad... “y la Justicia solloza sin consuelo”, añade un comentario
junto al grabado en el que una mujer (la Verdad) yace muerta en primer plano, y
junto a ella otra mujer (la Justicia) llora su pérdida, mientras ríen los
poderosos que las rodean.
Buscando consuelo salía de la exposición. “Menos mal que las
cosas han cambiado muchísimo”, se decía, entonando numerosísimos ejemplos en su
mente al ritmo de los pedales: las mujeres ya no necesitan de permisos de
padres ni maridos para decidir su vida; se va avanzando en la conciliación;
estamos un poco en lo de la brecha salarial -ella, como era funcionaria, ni la
sufría-; en España ya hay más
mujeres médicas que sus colegas masculinos;
y más
juezas -aunque manden menos en el poder judicial-; cada vez más maridos
limpian algo más que el coche; algunos hasta planchan...
¡Ja!, que te lo has creído. Un titular descarado vino a
interrumpir sin contemplaciones esa letanía de optimismo poco convencido. “De
Cáritas al prostíbulo: las barbaridades del mayor caso de proxenetismo en
España” narraba con todo detalle una historia espeluznante de los últimos
años, que no acaba de resolverse: el trajín de un cabo de la Guardia Civil de
Lugo (para mayor rechifla, del equipo de Mujer y Menor) junto con proxenetas de
la zona, que traficaban con chicas y las cambiaban de un prostíbulo a otro -del
que no pagaba mordida al que sí cumplía con los capos-, pasándolas por Cáritas
para simular que las liberaban de esa vida de esclavitud sexual. Y, para colmo,
desde el poder judicial le buscan las cosquillas a la juez que está logrando
desenmarañar el contubernio.
Se dio cuenta de que este reportaje era la pieza que faltaba en ese círculo de telepatía: el paréntesis que se había abierto con los guardias civiles buenos de Lorenzo Silva y las pinturas hermanadoras de Luis Bassat se cerraba ahora de un portazo con la historia de un guardia civil nada bueno y con el desgarro de Goya retratando cómo sufren las mujeres cuando se maltrata a sus dos defensoras más importantes: la Verdad y la Justicia. También en Lugo. ¿También en medio de las risas de algunos poderosos?
Se dio cuenta de que este reportaje era la pieza que faltaba en ese círculo de telepatía: el paréntesis que se había abierto con los guardias civiles buenos de Lorenzo Silva y las pinturas hermanadoras de Luis Bassat se cerraba ahora de un portazo con la historia de un guardia civil nada bueno y con el desgarro de Goya retratando cómo sufren las mujeres cuando se maltrata a sus dos defensoras más importantes: la Verdad y la Justicia. También en Lugo. ¿También en medio de las risas de algunos poderosos?