Son las cuatro de la tarde del viernes y todavía no he
comido. Llevo tres cuartos de hora paseando por los soportales del edificio
donde trabajo y leyendo la novela que estos días llevaba en la mochila (Absolute friends, de John Le Carré),
mientras espero que escampe para poder volver a casa sin calarme hasta los
huesos. Pero he llegado al límite de la espera –esto no tiene pinta de aclarar,
ni de amainar siquiera-, así que me merco otra forma de transporte, cuelgo el
casco en el manillar de la bici y la dejo aparcada a buen recaudo, no sé si
hasta mañana –que me toca trabajar- o hasta el lunes; todo depende de esta
lluvia tan necesaria pero que tan triste me pone.
Así comienza un largo fin de semana de mirar por la ventana
de vez en cuando para ver si dejan de rebotar las gotas de agua en los charcos
o si adelgaza la capa de nubes negras que nos oculta la luz. Pero no: el agua
sigue llorando por los cristales y el ambiente gris oscuro me deja sin ánimo
para coger un impermeable y un autobús, así que leo el libro y zurzo unos
calcetines a la luz de la lámpara, mientras me pierdo la pelea de sumo y la
competición de velocistas de los robots que han construido los chavales de Robolid –algo parecido a aquellos chalados
con sus locos cacharros, pero en miniatura- que se celebraba en la Escuela de
Ingenieros Industriales y en la que han arrasado los de Campodrón (Girona).
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Prueba de rastreadores en Robolid 2012. Foto: Carlos Barrena, UVa. |
Isabel Coixet y
Giambattista Piranesi
Abducida por esa lejanía ensimismada de los días de lluvia
-¿o será por el final devastador que Le Carré depara a sus protagonistas?-,
absorbo la realidad que nos cuentan los periódicos con un filtro especializado
en noticias sombrías o melancólicas. Y así me quedo enganchada de la exposición
de Giambattista
Piranesi que se ha inaugurado estos días en Madrid y que se
exhibirá en Caixa Forum hasta primeros de septiembre: columnas inmensas que
se alargan hasta robar a nuestra vista el cielo, si lo hubiere, y escaleras que
nos conducen hacia un techo sin salida ni esperanza posible.
Huyo, pues, del periódico hacia la pantalla, pero también
allí me espera la melancolía, agazapada en una de las películas más bonitas de
los últimos años, "La vida secreta de las palabras", de Isabel
Coixet, con el agua jarreando desconsoladamente sobre la plataforma petrolífera
en la que un puñado de personajes conjugan sus soledades.
La mano de la
justicia, la Fundación Delibes y las flores del desierto
Comienza por fin la semana en que llegó mayo, y vuelvo con
la bici a la calle. Entre chuzos, soles y aguarradillas, me escapo hasta el
centro cívico José Luis Mosquera para pasar un buen rato en la exposición
de proyectos sobre el Campus de la Justicia -me encanta leer los palabros
poéticos con los que los arquitectos reflejan sus sueños de cambiar el mundo
mediante la ordenación de los espacios-, paseando entre la mano tendida de la
justicia del proyecto ganador, los pilares de la justicia, un juego de mallas y
esquinas para articular la ciudad con el parque de las Contiendas o las doce
tablas de la ley.
Como la exposición dura hasta mañana, los que no hayan visto el proyecto ganador deberán darse prisa porque eso es todo lo que van a ver del Campus –el proyecto- hasta dentro de mucho tiempo, salvo que Ruiz Medrano haga milagros intercediendo ante un Gobierno que –no sé si será también por algún filtro en la mirada de los medios de comunicación- parece estar más amuermado que yo la semana pasada, zurciendo los rotos del déficit mientras espera a que escampe la crisis, pero sin atreverse a emprender ningún proyecto dinamizador por miedo a que le pille algún chaparrón en descampado.
Y es que las personas capaces de llevar adelante iniciativas
sólidas en tiempos complicados se parecen, también por su escasez, a las plantas
del desierto que se podían ver hasta hoy mismo en la muestra Bosques del Mundo
en la plaza del Milenio, que saben sobrevivir y florecer con una tenacidad
impresionante.
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Casa Revilla, sede de la Fundación Miguel Delibes |
Entre ellas, ocupa el primer puesto en mi cabeza la Fundación
Miguel Delibes, que en momentos difícil para muchas otras fundaciones (en
estos dos últimos años han sido noticia frecuente la desaparición de algunas
emblemáticas como la de Alberti, el cierre del museo Chillida-Leku, los
conflictos en las de Oteiza o de Ángel González) han tenido el ánimo no solo de
ponerse en marcha, sino también de emprender un vuelo amplio de la mano del
Instituto Cervantes de Nueva York, donde han sido bien recibidas sus
propuestas. Tres hurras por los hijos de Delibes.
Y, por favor, que el Presidente de la Junta (a quien se lo
han pedido), o quien sea, consiga
los 2.200 euros que pide La Quimera de Plástico para poder asistir al
Festival del Monólogo Latinoamericano de Cienfuegos (Cuba) para el que han sido
seleccionados como único representante español. Sería la gota de agua que
necesita esta otra planta del desierto vallisoletano.
Las encajeras de
bolillos y el misterio de los bancos
Pero claro, para atender a cualquiera de los proyectos de
los individuos, familias o empresas que llenan nuestra ciudad –y país y mundo-
sería necesario que los bancos destinasen algo –un poco, hombre, que ya está
bien- de los miles de millones que se están empleando en cubrir sus
inmensísimos agujeros negros en conceder créditos. Sensatos, medidos,
controlados, pero créditos, ¡por sus huesos!
Porque de verdad debe de ser muy difícil para cualquier
gobierno poner orden en la casa bancaria, en la que se alojan los verdaderos detentadores
(nadie les ha elegido ni les controla) del poder. Nadie ha dicho que gobernar
con justicia sea fácil, y menos en democracia, pero el resultado de un trabajo
difícil siempre es algo grande y satisfactorio. Como
un encaje de bolillos. Como los que podrán verse en Simancas el próximo 16
de junio.
A ver si tienen suerte los del monólogo porque sería una pena que no pudieran representarnos siendo sólo dos personas a viajar.
ResponderEliminarYo se lo pediría a los de las indemnizaciones millonarias de las cajas intervenidas. Gracias por escribir tan bien
Poco tardaremos en saber si han tenido esa suerte, ya que el 22 de mayo tienen que haber dado una respuesta definitiva. Yo también se la deseo, porque sería un soplo de ánimo para el teatro, que lo necesita. Y muchas gracias por los buenos ojos con los que lees el blog.
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