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Capilla ardiente de José Zorrilla en el salón de actos de la Real Academia. Dibujo: Juan Comba García |
Quizás ese malhumor y esa falta de catarsis teatral explicase
por qué me caía todo tan mal en esa temporada: se daba a conocer una encuesta
encargada por el grupo municipal socialista del Ayuntamiento de Valladolid, y a
mí me sonaba a “gracias a que yo, tan guapo y tan listo (quizás soy un príncipe
o un dentisto), soy el alcalde, los vallisoletanos son más felices, vienen más
turistas, ya no se rompen tuberías del anillo mil, el tráfico va más fluido y
todos comprenden que el soterramiento era un sueño imposible y que mucho mejor
los siete túneles”, cuando, en realidad, él solo quería contrarrestar el posible
borrón pesimista que expandían las encuestas del día anterior, en las que
se ponía en duda que revalidase mandato en 2019; pretendía yo pensar en otras
cosas, y ahí estaba, en el titular de cada mañana, el recordatorio constante de otro espejo muchísimo peor por deforme: las piruetas sin
vergüenza del fugado del nordeste para intentar ser
investido presidente de la Generalitat y así seguir gobernando desde el
exterior una república que no existe pero que él dejaría patente ante
"su" Europa que sí existía.
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Cuadro de Renato Costa en la exposición Inkless. Foto tomada de la web de la galería Javier Silva |
Por si fuera poco, y mientras la triste música de fondo para
ese final de invierno era la desesperada
búsqueda de Gabriel, el niño de Níjar, la galería Silva se me apareció,
como otras veces, en mi trayecto por la plaza de San Juan; y allí
estaba Renato Costa, con su Inkless, proclamando en blues la insostenibilidad del sistema y
el agotamiento de las utopías. Sus derrotados yacentes, casi indiscernibles del
fondo azul de sus paisajes (montañas como hechas de papel azul estrujado), me
recordaban las sombras que Ada Monroe veía, en Cold
Mountain, en el espejo
proyectado sobre el pozo de Esco y Sally Swanger, augurando los peores
presagios para Inman, su amor, que estaba lejos, luchando en la guerra de secesión
norteamericana.
Es cierto que, como siempre, me consolaba con las noticias
sobre ciencia y sobre literatura, que en Valladolid suelen dar bastantes
alegrías: ahí estaban Germán Delibes, Manuel Rojo y Elisa Guerra participando
en el
mayor estudio realizado en el mundo sobre ADN antiguo; ahí, en el
País Vasco, estaba la vallisoletana Catalina Requejo manejando
proteínas para regenerar células de los enfermos de Parkinson; y, en
literatura, ahí estaba Fernando del Val, poeta y ensayista vallisoletano que
acababa de recibir el premio
El Ojo Crítico de RNE por su libro Los años aurorales, renegando de la mediocridad, del amaño de los
premios y del bobismo (y bobisma) que abunda por doquier.
Sin embargo, hasta ese consuelo vino a agriarse con la
noticia de la detención
de Almudena Ramón, acusada de estafar a enfermos parapléjicos.
Y ahí quedó abierto el paréntesis de tristeza, o de desaliento,
o de hastío, esperando... ¿qué?
Encontrar el ángulo y el impulso
Ha pasado más de un año y ya ni me acordaba de aquello
(hasta hace un rato). Como todas las mañanas, tuerzo a mi izquierda, cruzo la
carretera y me incorporo a la plaza; ahí es donde pensaba apretar el ritmo de
la pedalada para dar el esprint final y llegar veinte segundos menos tarde al
trabajo. Pero no había calculado la fuerza del viento, que me llegaba por la
izquierda y que ahora tengo de frente, así que a duras penas logro conservar la
mitad del empuje que traía, y eso a base de ponerme de pie en los pedales y
aprovechar toda la fuerza del cuerpo para impulsar las piernas.
A la hora del almuerzo me doy cuenta de que tampoco había
calculado la fuerza del viento del aburrimiento político, que sigue soplando
fuerte desde las páginas de los periódicos. El de hoy, por ejemplo, ha
irrumpido con una entrevista al alcalde de Valladolid, que acaba de revalidar
su mandato, y comienza con las palabras "Óscar
Puente vuelve a ponerse ante el espejo", haciendo referencia a otra
entrevista de 2015 con el mismo tema: “El
alcalde se mira al espejo”. Inmediatamente me ha evocado las sensaciones
del año pasado -¿tendrían razón entonces mis pensamientos picajosos sobre el
narcisismo de los políticos?-, y más cuando sigue coincidiendo cronológicamente
(como el eterno día de la marmota) con las mismas maniobras del mismo prófugo
del año pasado, en
esta ocasión para ser eurodiputado.
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Exposición Una jaula salió en busca de un pájaro, de Jesús Capa en el Museo Patio Herreriano. Foto tomada de la web del Museo Patio Herreriano |
Me encuentro justo como esos pardillos que han estado estos
días dentro de
las jaulas de Jesús Capa en el Patio Herreriano; como ese hombre que
comienza a subir la escalera a ninguna parte sin fuerzas y sin esperanza.
Atrapado por una jaula que salió a buscarle. Esa jaula en la que nos vocean
cada mañana y cada tarde en qué tenemos que pensar, qué importa hoy aunque ayer
no importaba nada y mañana será eclipsado por otro tema fugaz presentado como
la cuestión inexorable del momento. Aunque no, pienso que no me falta la
esperanza. Solo el ángulo y el impulso; la alegría en la cara de un viento que
despeje pero no ahogue ni tumbe. El ángulo del sol para que me descubra las
cosas bellas con las que me cruzo sin cegarme por el contraluz.
Y ya sé también por qué me gustan tanto las noticias de
ciencia, como esta de un grupo de ingenieros químicos de la Universidad de
Valladolid que han conseguido transformar
unos residuos de cerveza en un carburante renovable con características similares
a la gasolina: porque son
como Ruby en Cold Mountain, que
logra empujar a Ada Monroe para sacar lo mejor de sus tierras y sobrevivir
mientras espera sin esperanza por el negro presagio.
Grupo de investigación de Tecnología de Procesos Químicos y Bioquímicos,
de la Universidad de Valladolid (foto tomada de la web de la UVa)
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