miércoles, 3 de julio de 2019

Cerrando paréntesis

Aprovecho el paréntesis del almuerzo en el trabajo para acercarme de cuatro pedaladas a cantar en la Misa de las fiestas de San Antonio en La Flecha. Me llama la atención ver a los jóvenes reyes y reinas de las fiestas, con sus trajes coloridos, sus bandas de honor y sus tiaras relumbrantes, relegados a la tercera fila por culpa de una superpoblación piadosa de políticos en las dos primeras -echo en falta con nostalgia a una señora muy mayor que en la iglesia vieja de La Flecha empujaba con el trasero a los concejales que en esta fiesta osaban ocupar su asiento junto al pasillo central en la segunda fila, ganado a base de veteranía y constancia-. Allí están todos los ediles: los que lo son por dos días más y los que lo serán a partir del sábado 15 de junio; unos, cerrando el paréntesis de su mandato, y otros abriéndolo, mientras la gente del pueblo (La Flecha y la antigua vaquería de Arroyo son los dos únicos trozos de pueblo pueblo en este municipio de la Encomienda hecho de urbanizaciones y cosido por autovías y puentes) inicia la procesión del santo de los pajaritos al son de la canción de sus milagros que popularizó el Nuevo Mester de Juglaría.

Acompañada por una urraca y un mirlo, inicio el pedaleo de vuelta para cerrar rápidamente este paréntesis tan descaradamente ampliado del almuerzo, que se perdona por ocurrir una vez al año y estar mi pueblo tan cercano a mi oficina.

Tanta vida entre dos números de cuatro cifras separados por un guion

Sí, ya sé que estoy abusando de la palabra que da título a esta entrada, pero a cualquiera le pasaría lo mismo si llevara más de un mes buscando datos para rellenar los paréntesis que según la directora de nuestro coro deben acompañar, en toda partitura y en todo programa de concierto que se precie, al nombre del compositor, letrista y armonizador de cada canción, expresando los años en los que vivieron. Para un repertorio de 323 canciones, esa empresa se empieza como un mero pasatiempo aritmético, o como un tres en raya, o como el juego de los barcos, o como una colección de cromos (ya me quedan pocos huecos por cubrir en el álbum), pero de repente se convierte en una expedición espeleológica por la vida de los autores, con simas de inmensa belleza que la muerte selló y que ahora, al destaparlas para investigar en sus coordenadas temporales, impregnan las canciones a datar con el sabor de sus vidas. Para siempre.

Leonard Cohen, McLarenvale, South Australia, enero 2009
Foto tomada de Wikipedia. Autor: Stefan Karpiniec.

Para siempre quedará el Hallelujah que cantamos de Leonard Cohen unido a su discurso en Oviedo al recibir el Premio Príncipe de Asturias, en el que nos regaló la historia de aquel chico español al que el compositor encontró en Montreal, al que le pidió clases particulares de guitarra justo antes de que el muchacho cerrara bruscamente el paréntesis de la propia vida, y del que Cohen aprendió los acordes que fueron el germen de su éxito durante toda su vida. Cinco años después de contarnos esa historia que a todos nos hizo llorar de emoción y gratitud, también el paréntesis de Cohen se cerraba, sellando el tesoro al que millones de personas de todo el mundo acudimos de vez en cuando en busca de belleza y calor.

Alejandro Yagüe se empeñó en ser de Burgos a pesar del viejo caciquismo

Para siempre estará el Gaudeamus Igitur que canta nuestro coro en las aperturas de curso y en las graduaciones universitarias (casi todos los demás coros cantan la armonización de Casulleras) unido al nombre y a la memoria del compositor burgalés Alejandro Yagüe, que tuvo que triunfar en Suiza, Italia y Alemania para que su ciudad –la mía- se enterase de quién era ese genio musical que tanto la quería aunque su caciquismo antiguo tan mal le hubiera tratado.

Cartel del último homenaje
a Alejandro Yagüe en Burgos

Para siempre, aunque los datos concretos se me olviden, los paréntesis que he colocado en estos días me recordarán, al cantar cada canción, al poeta argentino de Viene clareando; al folclorista cántabro que Franco tuvo en la cárcel mientras componía Date la vuelta; al fraile cubano de la Salle que incorporaba ritmos folclóricos cubanos a la liturgia católica, y cuyos villancicos nos envidian por inéditos en España; al anciano director noruego de ese Laudate tan magnífico; al joven compositor sueco de las Cuatro sentencias latinas; y al menos joven organista sueco compositor de un Psalmus CXX tan misterioso y subyugante (me acabo de dar cuenta de que casi toda la música sacra o culta que cantamos está compuesta por escandinavos de finales del XX y principios del XXI); al compositor catalán de sardanas que de repente puso música a los Nocturnos de la Ventana de Lorca... y al letrista de Unchained melody, Hy Zaret (en realidad Hyman Harry Zaritsky), hijo de emigrantes rusos a Nueva York, que en 1954, cuando su amigo Alex North le encargó componer la letra para esta canción, aceptó muy a regañadientes porque en ese momento estaba supervisando la pintura de su casa. No sospechaba, en esas noches en las que a deshoras realizó el encargo, que acababa de escribir la canción de la que más versiones se harían (más de 500 por los cantantes más famosos del mundo) en los siguientes sesenta años. También de Hy Zaret es la letra de The Partisan que así cantarían Leonard Cohen y Joan Baez.

El PSOE de Valladolid y yo, evadidos de la realidad

Cuando me embarco en una empresa compiladora, como esta de los paréntesis, quedo abducida en una realidad paralela, y de nada sirve que se celebren elecciones generales ni autonómicas, que mi reino no es de este mundo. Sí, voto, pero le presto a ese deber la atención mínima necesaria, como a una mosca molesta, para que pase cuanto antes. Hasta que algo me despierta.

Me despertó el 12 de junio la web del PSOE de Valladolid. Había leído en los periódicos que Óscar Puente se había mosqueado con VTLP y pensaba gobernar solo, así que inmediatamente acudí a la web del partido para intentar descubrir quién era ese superman llamado Pedro Herrero con el que el alcalde, además de encargarle otras cuantas concejalías, pensaba salvar el agujero negro que dejaría la ausencia del teniente de alcalde y concejal de Urbanismo. Dos días después ya no tenía sentido seguir indagando porque el pacto se había rehecho y VTLP seguirá tuneleando la ciudad y, quizás, construyendo algo para la justicia en el colegio El Salvador. Quizás.


Pues eso, que abro la web del PSOE de Valladolid y me encuentro un sorprendente encabezado: “Feliz Navidad 2018”. Refresco la página esta misma tarde, con incredulidad, y lo mismo: salen, por orden, la misma felicitación de navidad y unas cuantas noticias de noviembre y octubre de 2018. ¿Y quién soy yo para criticar ese paréntesis tan extenso de sequía de noticias, si el cambio climático de mi propio blog lo tiene seco desde julio de 2018?

Por eso, acompañada por un mirlo a mi izquierda y dos urracas a mi derecha, pedaleo a casa a toda velocidad para cerrar este paréntesis ignominioso de silencio de mi bitácora, intentando tomarle la delantera al PSOE de Valladolid en la vuelta a la realidad. Digital. Y tal.

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