No imaginaba entonces lo equivocada que estaba y el gran
aprecio –demasiado, pienso ahora- que iba a coger a "mi" retrovisor,
que cualquier día me pego un piñazo por ir mirando hacia atrás en lugar de
hacia delante.
Él me libra de los peligros en los cruces complejos, cuando obedezco
la ley de mi semáforo en verde y me atacan por detrás de la oreja izquierda los
velocípedos a los que acaban de abrir el suyo y que apenas se enteran del ámbar
que me protege –poco- y de mi propia presencia pedaleante y espeluznada. Pero ahora
mi espejito mágico me informa de todos los movimientos que se producen a la
espalda de mi costado izquierdo y puedo actuar con pleno dominio de la
situación.
Él me avisa de los coches que se aproximan a mi rueda
trasera, y hasta puedo leer, en sus ojos viceversa, sus pensamientos (equivocados)
de que en esta carretera tan estrechita cabemos dos coches y una bici, así que
me pongo en el centro del carril hasta que nadie viene de frente, y entonces me
orillo para que me adelanten cómodamente.
Y, lo que es más chulo, él me permite ver alejarse hacia el
horizonte posterior a las personas, árboles y nubes con los que acabo de cruzarme
en el camino. Pero esa ha sido mi perdición: llevo dos meses largos con síndrome de
retrovisor, contemplando cómo se aleja este verano prolongado en un otoño
disfrazado de agosto, mientras intento ignorar el tedio del trabajo sin fruto
aparente que acompaña a mi tiempo frío.
Los pantalones de campana de La Isla Mínima y L' Arlesienne
de Bizet
Solo puedo decir en mi defensa que este escaqueo por el
mundo de la nostalgia no ha partido solo de mí, sino que me ataca desde todas
partes y se me pega a la ropa y a la respiración, como si en algún lugar de la
ciudad o del país hubieran colocado un inmenso retrovisor. Allí está cuando acudo
al concierto de
apertura de curso de la Universidad de Valladolid y se abre con L' Arlésienne, de Bizet, en la que
inmediatamente reconozco una canción de montaña de los campamentos de mi
adolescencia en la sierra de la Demanda entre Burgos y Soria. Intento confirmarlo en internet, y
la búsqueda me lleva a la Marche pour le Régiment de
Turenne, de Jean Baptiste Lully (1632-1687), y a su utilización por
Georges Bizet, casi 200 años después (1872), como tema de la Marche des Rois y de L' Arlesienne; pero, sobre todo, esa
búsqueda me recupera nombres y artículos de gente de Burgos de principios de
los setenta, que en mi memoria permanecen con camisas de cuellos grandes y
pantalones de campana, muy parecidos a los que me encuentro una semana más
tarde –cuando ya casi me había despejado de esas remembranzas- en esa obra de
arte que es La Isla Mínima.
Me espera en el periódico cuando leo una entrevista
con Carlos Soto -que el sábado pasado presentaba en San Miguel del Arroyo
el primer disco del coro Pinares de Castilla-, que me lleva a rebuscar, entre
las viejas casettes de casa, las dos que grabó el grupo Almenara. En el centro
de la carátula de ¡Vaya postín...! le
reconozco con su flauta travesera y sus apenas dieciocho años bajo el sombrero,
mientras escucho Castilla
lo más granado y el romance de la loba parda.
Salgo a ver una exposición de arte contemporáneo –"Vallisoletanos irreemplazables. Homenaje a Jorge Vidal", en la galería La Maleta-, y también allí, mientras admiro las obras de Vidal, de José Noriega, Gonzalo Martín Calero, Lorenzo Colomo y tantos otros vallisoletanos verdaderamente irreemplazables (me llama la atención un dibujo precioso de Belén González, de la que solo conocía esculturas), no puedo evitar el efecto retrovisor, que hace resbalar mi memoria hacia un congreso de periodismo autonómico en Palencia, en 1985, donde conocí a Domingo Criado -uno de los integrantes del Grupo Simancas junto a Jorge Vidal-, del que no hay obras en esta muestra, pero cuya evocación basta para situar de nuevo la realidad en ese halo neblinoso de lo que se aleja hacia el horizonte que queda a nuestra espalda.
Cortando el seto
La única nota discordante en este tibio territorio de
nostalgias son los tentáculos crecientes y leñosos del seto que bordea el
carril bici, que me obligan a adentrarme cada mañana y cada tarde un poco más
en la acera para evitar tropiezos o rasguños, abandonando el carril como
terreno conquistado por la maleza. Quizás esto sea, exactamente, lo que ha estado
haciendo mi subconsciente: dar vueltas por los recuerdos para apartarme de los
leños hirsutos de un presente en el que 43
estudiantes pueden ser asesinados por los garantes del orden y la ley, o en
el que muchos miles de personas mueren no lejos de aquí (3.800
kilómetros a Monrovia, 3.600 a Freetown o 3.500 a Conakry), sin que hayamos
movido un euro para investigar la enfermedad que los mata hasta que un caso se ha
acercado a la vecindad de nuestra prima en Alcorcón... o en el que continúa el
interminable desfile de las estrellas de la corrupción por "los cuatro
puntos cardinales de mi España" (Manolo Escobar dixit).
Esta mañana –también ayer y el lunes- me he cruzado con una cuadrilla de jardineros municipales afanados en podar las ramas del seto; para esquivar sus carretillas, rastrillos, sacos de ramas y conos de señalización, además de las hojas y esquirlas de leña, he tenido que desentenderme un poco del retrovisor y estar más pendiente de lo que ocurre por delante, así que ha cambiado mi perspectiva, y ahora tiendo a fijarme en los currantes que se remangan para arreglar y mantener tanto seto y jardín desmadejado como nos rodea: los médicos y enfermeros que trabajan en África para combatir el ébola (especial mención para los cubanos, que viajan habiendo firmado su condena al exilio perpetuo si se contagian); los científicos que llevan más de diez años trabajando en la sonda Philae de la nave Rosetta y que ahora andarán interpretando los datos recibidos y volviendo a perfilar nuevas sondas que tengan arpones más precisos y baterías que se recarguen sin luz solar; el cineasta mexicano Alfonso Cuarón, que presta la voz de su triunfo para clamar justicia por los 43 chavales que nunca debieron morir; o los jueces y fiscales españoles que continúan imputando a indeseables y tejiendo sumarios cuidadosos para que no se les escapen por los agujeros de sus fallos.
Trayectoria de Rosetta tras el 12 de noviembre. Fotografía: ESA. |
Es muy hermosa la nostalgia que plasmas. Cada vez que leo una entrada nueva de tu blog, me paro a reflexionar y eso es algo muy valioso.
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