jueves, 19 de julio de 2012

Adelfas, coros y solistas en la ciudad inteligente


Comenzaron adornando mis idas y venidas como esos ramitos de flores que bordean los bancos de las iglesias en las Primeras Comuniones, pero pronto me di cuenta de que estaban por todas partes: en los setos de la avenida de Salamanca, en el paseo de Isabel la Católica, en la mediana de la avenida de Zamora desde Parquesol hasta Pinar de Jalón, en el Paseo de Zorrilla, en los parques de Villa del Prado, en los jardines de las casas particulares, y hasta en la entrada de una tienda de muebles en los confines del polígono de San Cristóbal, entremezcladas con un grupo de rosales. Primero las descubres a la altura de tus caderas y de tus hombros, pero más tarde se te plantan en el flequillo cayendo desde los árboles que flanquean el carril bici. Así que, antes de obsesionarme con las adelfas como si fueran pájaros de Hitchcock, decidí saber un poco más sobre esa planta que alegra con el color de sus flores y la frescura de sus hojas nuestros julios ciudadanos.

Anécdotas o leyendas aparte, me inquietó pensar que tenemos en nuestros jardines la amenaza de un potente veneno, en bastantes ocasiones a pocos pasos de los parques donde juegan niños pequeños, sin que quizá sus padres, abuelos o cuidadores conozcan el peligro de las plantas a las que los chavales pueden echar mano o llevarse a la boca.

 

Si es cierto que no vendría mal un poco más de prudencia (no poner adelfas junto a los espacios de juegos intantiles) o de información –o ambas cosas-, no pude evitar pensar que las adelfas son como un símbolo exacto de las mil circunstancias que rodean nuestra vida, todas ellas llenas de oportunidades y de peligros –la tecnología, el dinero, la diversión, el alcohol, y sobre todo el poder-, para cuyo disfrute sin perecer en el intento nos prepararon nuestros padres y preparamos a nuestros hijos con el solo bagaje del sentido común, el amor y la coherencia personal, aunque en muchas ocasiones les faltara y nos falte cantidad de conocimientos. Bien es verdad que durante la infancia estos conocimientos se suplían, a veces, con una sabiduría popular chusca, que te alejaba de la tentación de comer hojas de adelfa o de cualquier otra planta por la vía de la burla más primaria: "chaval, ¿tú eres tonto o comes flores?". Y punto.

Alterum Cor, Natalia Korchagina y Pablo Palazuelo

A la sombra de una adelfa esperaba yo el jueves a mi amigo Raul, que estaba probando un Twizy y me iba a dejar dar una vuelta. Le agradecía mucho la oportunidad, porque justo unos días antes había visto como el alcalde de Valladolid paseaba en Twizy a sus colegas de Lugo, Cáceres, Huesca o Santander, en un encuentro de ciudades inteligentes; y me decía yo que sí, que esa inteligencia del aprovechamiento de energía va siendo hora de que se ponga de moda en todos los cascos urbanos, de aquí a Sebastopol.

Fotografía tomada de la web del Festival de Salzburgo

Alterum Cor, ganadores del Certamen de San Vicente
de la Barquera, en una foto del Diario Montañés
Y fue en esa espera cuando me enteré, por un par de periódicos, de que Natalia Korchagina, una magnífica soprano rusa afincada en Valladolid desde hace años, había sido seleccionada para el Festival de Salzburgo (esta misma tarde habrá comenzado su actuación, que culminará el sábado 28 con el gran concierto final dedicado al Ave Maria, en el que los cantantes seleccionados para 2012 interpretarán las versiones del Ave Maria de diecinueve compositores de fama mundial); y de que los diecisiete intrépidos del vallisoletano AlterumCor, dirigidos por Valentín Benavides, habían ganado el Certamen de la Canción Marinera de San Vicente de la Barquera. Y sí, disfruté conduciendo y yendo de paquete en ese híbrido tan original entre moto y coche que es el Twizy –larga vida le dé Dios, y también un par de puertas decentes que nos libren de la lluvia y del viento gélido en el invierno-, pero ya la música había tomado posesión de mis pensamientos y se convertía en filtro de mis observaciones.

Foto tomada del dossier de la
exposición de Pablo Palazuelo
Así, cuando al día siguiente fui a ver la exposición de pintura de la sala de la Pasión –por poco me la pierdo-, pensé que Pablo Palazuelo era el prototipo de un buen solista, siempre profundizando en las proporciones geométricas como origen de la belleza, siempre buscando la perfección en el cruce de caminos entre el misticismo oriental y la ciencia contemporánea, como la del físico Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química 1977 por su investigación en las estructuras disipativas.

Ilya Prigogine, Ernesto Salas y José Vicente de los Mozos

Ilya Prigogine, en su investidura como Doctor Honoris Causa
por la Universidad de Valladolid
A la salida de la exposición, mis manos desataban el candado de la bici del poste informativo de la entrada, pero en mi retina seguía prendido el penúltimo cuadro del recorrido –parecía una sencilla hoja de adelfa, sola en medio del bosque de líneas y laberintos que era toda la muestra-, que me había dado la clave de por qué, a veces, la pintura y la música contemporánea me ponen un poco triste: es como si los artistas, tan ensimismados en el proceso de búsqueda de la belleza, solo quisieran transmitirnos esa lucha por encontrar el esquema perfecto, negándonos el goce sencillo de su ejecución sin explicaciones.

Sin embargo, esa imagen dejó enseguida paso al nombre de Ilya Prigogine, que había pulsado un recuerdo borroso del Paraninfo de la Universidad. Al llegar a casa, los vídeos de la web de la UVA me permitieron concretar ese recuerdo (Ilya Prigogine fue investido Doctor Honoris Causa el 25 de mayo de 1995) y devolvieron mi pensamiento al círculo de las asociaciones de ideas musicales. Porque allí en el Paraninfo, sirviendo de retablo al acto de investidura, estaba el Coro Universitario, algunos de cuyos miembros son precisamente los componentes del coro de cámara Alterum Cor que acaba de triunfar en San Vicente de la Barquera. Era como una representación gráfica de que la universidad, en cualquier ciudad, es su mejor cantera de solistas para la vida; artistas que dominan su melodía hasta el último matiz y que son capaces de conjuntarse con otros solistas que interpretan voces distintas para interpretar una obra maestra.


Ernesto Salas, Miguel Ángel González Rebollo, Marcos Sacristán
y José Vicente de los Mozos, antes de la constitución del
Consejo Social de la UVa. Foto: Carlos Barrena

Quizás por eso me han llamado también la atención estos días otras dos noticias relacionadas con la Universidad: la bienvenida a los 17 estudiantes que investigarán durante ocho semanas en el parque científico de la UVa en la cuarta edición de las Residencias Estivales. Y la constitucióndel nuevo Consejo Social universitario, con su juego de luces y sombras; entre las luces, el gesto de De los Mozos proponiendo la renuncia a las dietas para constituir un fondo de becas. Entre las sombras, su abdicación, antes de empezar, en la nueva figura del vicepresidente, Ernesto Salas Hernández. Dan ganas de comprarse el libro de relatos "Recuentos", con el que Salas ganó la edición 2005 del Premio de Narrativa Ciudad de Alcalá, para intentar adivinar su talante y sus inquietudes. Si será de los que propician las mejores condiciones para que se formen los protagonistas de la ciudad inteligente; o si seguirá la corriente –ojalá obsoleta- de convertir a todos los cantantes en gestores de conciertos por encima de los conocimientos y del dominio de su propia voz.

miércoles, 20 de junio de 2012

Saturnino Lorenzo y la banda de Moebius

Caía el sol sobre la calle Antonio Lorenzo Hurtado a las tres y cuarenta y cinco de esa tarde de sábado, y nadie –salvo ella, que debía llegar en diez minutos a la iglesia- surcaba la superficie ardiente del carril bici. Sobre un par de bancos de la acera, sendos embalajes de cartón esperaban pacientes a los mendigos que esa noche dormirían a su abrigo, sin necesitar piedra que los mantuviera en su sitio porque ni un soplo de viento movía el aire ni persona alguna exhalaba su aliento en la cercanía.
En el atrio de la iglesia de San Lorenzo, cuatro amigos custodiaban el féretro y esperaban a los tres sacerdotes que se acercaban desde el interior de la iglesia repleta de gente, mientras los últimos feligreses iban agolpándose alrededor de la escena: "Venid en su ayuda, santos de Dios, salid a su encuentro, ángeles del Señor...", y las palabras del sacerdote caían ingrávidas sobre la madera del ataúd, junto con las gotas de agua bendita del hisopo y las lágrimas no derramadas de sus compañeros.
Sí, había sido la crónica de una muerte anunciada: mientras la policía peinaba pisos y negocios de la plaza mayor de Valladolid para blindar la seguridad de los Reyes en el Día de las Fuerzas Armadas; mientras los mineros de León y sus familias se montaban en los autobuses hacia Madrid con el frío de la mañana empotrado entre el alma y los huesos; mientras Juan Ignacio de los Mozos estrellaba sus ideas contra el muro de sweet Medrano y strong Villanueva, y Jorge Francés tomaba el relevo de Josechu Arroyo en la Asociación de la Prensa, Saturnino Lorenzo, Sátur, un tío del Opus bien conocido por los periodistas de Valladolid (se dedicaba a ofrecer la cara amable de la Obra con ejemplos reales de gentes diversas, quizás sin darse cuenta de que la mejor propaganda era su propia vida de paisano coherente), perdida ya la batalla contra el cáncer, decía adiós a su familia y amigos mientras empuñaba suavemente el asa del ligero equipaje que hace tanto tiempo tuvo preparado.

James Blunt y el viaje de San Pablo

A la salida de la iglesia, un hombre con pantalones pirata y camiseta de camionero –sin mangas y marcando pectorales- se limpiaba las lágrimas con la mano izquierda mientras con la derecha daba unas palmadas de despedida al féretro, como se las hubiera dado a Sátur en la espalda en un abrazo de amigos machotes; unos metros más allá, otro amigo lloraba desconsolado ante la mirada perpleja de su hijo de quince años. Y ella, mientras recorría la soledad de vuelta de la calle Antonio Lorenzo (ahora se veían petates y mantas de vagabundo apoyados en unas cornisas de la iglesia de San Pascual Bailón, como nidos de golondrinas inversas), notaba mezclarse en su recuerdo dos llantos por la pérdida de un rostro querido que siempre se le habían parecido mucho: la canción de James Blunt You are beautiful ("I saw your face in a crowded place, and I do not know what to do, cause I'll never be with you... but it's time to face the truth, I will never be with you"), y la despedida de los cristianos a San Pablo cuando salía de Mileto hacia Jerusalén: "todos lloraban a lágrima viva, y, echándose al cuello de Pablo, le besaban, afligidos porque les había dicho que no volverían a ver su rostro" (Hechos de los Apóstoles, 20, 37-38).

Durante los días siguientes, no podía soportar la sombra de tantos rostros perdidos en esta carrera que todos corremos contra un muro anunciado, así que cerró su máquina de pensar: cada mañana recogía cuidadosamente todos los tapones de plástico que pudieran reunirse en la inmensa montaña capaz de sufragar prótesis, investigaciones en enfermedades raras o sillas de ruedas; y por las tardes tecleaba corcheas, bemoles y silencios con furia en el programa de edición de partituras. A ratos ojeaba periódicos y se decía que debería leer sobre la colección del Museo Patio Herreriano, para ver si encontraba la respuesta a su interrogante sobre la calidad y entidad de estos diez años de arte contemporáneo en Pucela. Pero no lo hacía. Ni se acercaba al Santa Cruz (otro día sería) a contemplar las terracotas del reino de Oku. Y menos todavía se acercó al Paraninfo el jueves 14 de junio para la entrega del premio Café Compás, porque traería otra sombra incierta a su memoria -¿dónde estás, Gerardo?-; incluso dejó de ojearlos cuando un programa bienintencionado de seguridad vial convirtió en estadística macabra la materia de sus pesadillas.

Carambola de estrellas por el hueco de la chimenea

Durante la cena, su hijo estaba contando lo que les habían explicado en clase de matemáticas sobre la banda de Moebius, pero ella ni le habría escuchado si no fuera porque él tiró de papel, tijeras y cinta adhesiva transparente, construyó la insólita banda, y la cortó por la mitad, provocando ese curioso fenómeno de que no se divide en dos cintas, sino que se convierte en una sola el doble de larga; y luego volvió a cortarla y ahora sí surgieron dos bandas, pero entrelazadas.

 
Entonces sí que escuchó la explicación (esa torsión que convierte las dos caras de la tira de papel en una sola superficie continua, que une el derecho con el revés, lo blanco con lo negro y la tristeza con la alegría sin cambiar de plano), tanto que se quedó a vivir en su cabeza, y los días siguientes todo le parecía un juego de contrarios unidos por la torsión que cada persona elige, consciente o inconscientemente, para recomponer su vida en la unidad. Así se le hizo presente todo el rato en la gala de ballet de Arantxa Ochoa en el Teatro Calderón, en la que la música y la danza eran las dos caras de una banda hecha de belleza que los bailarines convertían en una sola superficie de emoción.


Al salir del ballet todavía no era de noche; el sol, ya de caída, remoloneaba en reflejos sobre los bordes de las nubes, convirtiéndolas en algodón de azúcar de color rosa. Hasta la luna se hacía una melena descocada con el reflejo de la luz de sol que la orlaba, y guiñaba un ojo. Y, en lo que duró el camino a casa, salían las estrellas a puñados, desparramándose sobre un cielo brillante de luna llena. En ese momento se dio cuenta de que ella era yo, y se dijo, mirando a ese cielo juguetón y provocativo: "Si hay que jugar, se juega, ¡caramba!". Me remangué, cogí la farola más larga de mi barrio, la unté bien de tiza en el extremo, apunté a la luna y a las tres estrellas que más brillaban, y de un golpe certero las mandé a rebotar por las cuatro esquinas del cielo hasta que una de ellas se coló, limpiamente, por la chimenea de mi casa para darme luz en las noches del alma. Una carambola que te cagas. Va por ti, Sátur.

jueves, 31 de mayo de 2012

El ángulo de la mirada


"Poca gente conoce el erísimo, pero quizás sea la hierba más eficaz para los problemas de garganta, especialmente para la afonía", me estaba diciendo la dueña de la herboristería de la calle Recondo, cuando, de repente, interrumpió nuestra conversación el ruido inconfundible de un estacazo entre dos coches. La imaginación me dibujó con toda nitidez el supuesto accidente: un despistado sale del aparcamiento en batería sin tener suficiente visibilidad, y desde la curva llega Juan Demasiado Veloz sin tiempo para esquivarlo.

Gran angular horizontal: verlas venir

Curva de la calle Recondo
Al salir de la tienda, una mera observación de la escena –tres coches con golpes notorios, cada uno en posición diferente y ninguno en la dirección normal- me hizo pensar que no había sido tan simple; y pocas horas después los periódicos digitales me contaban que en el choque se habían visto implicados tres coches y una bicicleta, con un balance de cuatro heridos, si bien todos ellos leves. Entonces lo recordé: justo al entrar en el herbolario, mientras aparcaba la bici, vi llegar por García Morato a un ciclista joven -¿sería el hombre de veintiocho años que mencionaba la noticia?- y me dio la impresión de que dudaba al incorporarse a Recondo y de que tomaba la curva con un ángulo no muy adecuado. Y es que en ese cruce –y en otros muchos- es necesario tener en los ojos un gran angular de 180º, y además girar rápido la cabeza a izquierda y derecha para abarcar los 360 en un instante, calibrar todos los datos y meterse en el flujo de coches en el momento preciso. Eso, y adivinar, por la mirada o el ademán, quién es el conductor que desconoce que dos coches y una bici no caben muy holgadamente en la curva de Recondo; porque si un turismo se empeña en adelantar a una bici en ese tramo, sin cerciorarse de que nadie viene de frente, correrá el riesgo de un choque frontolateral; justo como el del otro día.

Teleobjetivo cultural: Teatro de Calle, AR&PA, Día de los Museos...

Presentación de La economía de la provincia de Valladolid
Muchas veces, a lo largo de estos días, se me ha venido este suceso a la memoria, y me parecía que no solo en la bici es necesario el gran angular, sino en casi todas las decisiones de la vida, en las que hay que considerar cantidad de factores colocados en su sitio, como en una gran panorámica. Por contraste, la ciudad se me presentaba estos días como enfocada por un teleobjetivo potente en un único aspecto, el de la cultura.

El prólogo de este frenesí cultural tuvo lugar el jueves 17 de mayo, con la presentación en Cajamar del libro La economía de la provincia de Valladolid, del que sus propios autores destacaban el capítulo dedicado a la cultura y el turismo como motores del desarrollo local, elaborado por Luis César Herrero y María Devesa, profesores de la UVa integrados en un grupo de investigación sobre la economía de la cultura, que además han propuesto que Valladolid sea en 2014 la sede del 18.º Congreso de la Asociación Internacional para la Economía de la Cultura (la decisión se tomará el 24 de junio en Kioto (Japón) en el 17.º Congreso de esta asociación internacional).  Y a partir de ese momento, como si se tratase de demostrar la veracidad de este protagonismo económico de la cultura, la última semana ha sido todo un desfile de cultura en Valladolid: el Festival de Teatro y Artes de Calle, la Feria y Congreso AR&PA, el Día y Noche de los Museos; y, en un ámbito un poco más amplio, de comunidad autónoma, la inauguración por la Reina de Monacatus, la 17.ª edición de Las Edades del Hombre, que se celebra en Oña desde el pasado jueves hasta el próximo 4 de noviembre.

Fotografía tomada de la web de Arantxa Ochoa

... y prismáticos para ver a Arantxa Ochoa

Y, como colofón retardado de esta semana, los próximos días 8 y 9 de junio sí merecerá la pena potenciar el teleobjetivo de nuestros ojos con unos prismáticos para contemplar con todo detalle, en el Teatro Calderón, la primera y última actuación en España de la vallisoletana Arantxa Ochoa, bailarina principal del Pennsylvania Ballet.

La única pega de gozar varios días seguidos con la contemplación de un aspecto lleno de belleza es que a la salida nos espera el lunes del rencor y de la envidia mostrándonos los dientes afilados de una panorámica de crisis en la que se nos están llevando la Lauki a cachos,  desmantelando Made en Medina y quitando el turno de tarde de los Twizy , que parecían arrancar con energía pero cuyos pedidos se han enfriado.


Gran angular vertical: la japonesa Chieko, mi amiga Chus y el equilibrio político

Iglesia de San Lorenzo
En todo esto iba pensando anteayer, cuando llamó mi atención una cigüeña que volaba bajo por la plaza de Martí y Monsó y que ganó altura de repente, haciéndome mirar hacia arriba mientras pedaleaba por Dulzainero Ángel Velasco hacia Pedro Niño; casi me muero de vergüenza al darme cuenta de que era la primera vez –en estos casi veintinueve años que llevo en Pucela- que veía la torre de la iglesia de San Lorenzo. Me paré y, mientras hacía fotos desde varios ángulos, recordaba la cantidad de veces que eso mismo me había ocurrido en Burgos: años y años de recorrer cada día el mismo camino para ir al colegio -La Puebla, plaza del Cordón, soportales de Antón, plaza de Prim, plaza Mayor, calle de Laín Calvo, la Flora, Fernando III el Santo y Hospital de los Ciegos-, y ya estaba en la universidad cuando alguien me hizo notar, en unas vacaciones, la fachada preciosa de un edificio por donde habría pasado unas dos mil cuatrocientas veces.

Edificio de la Plaza Mayor de Burgos
Me consolaba entonces pensando que el escaso ángulo vertical de mi mirada (apenas treinta grados desde el vértice de la pupila) se debía a una intensa actitud de relación personal que me llevaba a predeterminar el enfoque de mis ojos en los ojos de los demás. Así nació una de las amistades más grandes que he tenido –mi amiga Chus, que me ha venido estos días a la memoria al leer el reportaje de Chieko y Carmen Rivera-: a base de cruzarnos todos los días cuando ella iba a Concepcionistas y yo a Saldaña. Por el tramo en que nos encontrábamos podíamos calcular quién de las dos llegaba pronto y quién se había retrasado. Poco después empezamos a saludarnos y para cuando nuestros caminos se unieron en el Instituto femenino, en COU, ya éramos íntimas. Ahora que nos hemos perdido la pista –si te han hecho llegar el enlace a este blog, levanta una ceja o escribe un comentario-, me doy cuenta de lo importante que es mantener la atención y no dar por seguro lo conseguido.

Quizás el secreto del éxito al torear esta crisis asesina consista en saber conjugar el gran angular -tomar y mantener las decisiones de conjunto necesarias para controlar el déficit- con el teleobjetivo, para no dejar que esas medidas dañen a los más débiles. Ha puesto un ejemplo bastante bueno el rector Marcos Sacristán: si la subida de tasas universitarias no se equilibra con una política seria de becas, nos estaremos cargando la justicia.

domingo, 13 de mayo de 2012

Esperando a que escampe


Son las cuatro de la tarde del viernes y todavía no he comido. Llevo tres cuartos de hora paseando por los soportales del edificio donde trabajo y leyendo la novela que estos días llevaba en la mochila (Absolute friends, de John Le Carré), mientras espero que escampe para poder volver a casa sin calarme hasta los huesos. Pero he llegado al límite de la espera –esto no tiene pinta de aclarar, ni de amainar siquiera-, así que me merco otra forma de transporte, cuelgo el casco en el manillar de la bici y la dejo aparcada a buen recaudo, no sé si hasta mañana –que me toca trabajar- o hasta el lunes; todo depende de esta lluvia tan necesaria pero que tan triste me pone.

Así comienza un largo fin de semana de mirar por la ventana de vez en cuando para ver si dejan de rebotar las gotas de agua en los charcos o si adelgaza la capa de nubes negras que nos oculta la luz. Pero no: el agua sigue llorando por los cristales y el ambiente gris oscuro me deja sin ánimo para coger un impermeable y un autobús, así que leo el libro y zurzo unos calcetines a la luz de la lámpara, mientras me pierdo la pelea de sumo y la competición de velocistas de los robots que han construido los chavales de Robolid –algo parecido a aquellos chalados con sus locos cacharros, pero en miniatura- que se celebraba en la Escuela de Ingenieros Industriales y en la que han arrasado los de Campodrón (Girona).

Prueba de rastreadores en Robolid 2012. Foto: Carlos Barrena, UVa.

Isabel Coixet y Giambattista Piranesi

Abducida por esa lejanía ensimismada de los días de lluvia -¿o será por el final devastador que Le Carré depara a sus protagonistas?-, absorbo la realidad que nos cuentan los periódicos con un filtro especializado en noticias sombrías o melancólicas. Y así me quedo enganchada de la exposición de Giambattista Piranesi que se ha inaugurado estos días en Madrid y que se exhibirá en Caixa Forum hasta primeros de septiembre: columnas inmensas que se alargan hasta robar a nuestra vista el cielo, si lo hubiere, y escaleras que nos conducen hacia un techo sin salida ni esperanza posible.

Huyo, pues, del periódico hacia la pantalla, pero también allí me espera la melancolía, agazapada en una de las películas más bonitas de los últimos años, "La vida secreta de las palabras", de Isabel Coixet, con el agua jarreando desconsoladamente sobre la plataforma petrolífera en la que un puñado de personajes conjugan sus soledades.

La mano de la justicia, la Fundación Delibes y las flores del desierto

Comienza por fin la semana en que llegó mayo, y vuelvo con la bici a la calle. Entre chuzos, soles y aguarradillas, me escapo hasta el centro cívico José Luis Mosquera para pasar un buen rato en la exposición de proyectos sobre el Campus de la Justicia -me encanta leer los palabros poéticos con los que los arquitectos reflejan sus sueños de cambiar el mundo mediante la ordenación de los espacios-, paseando entre la mano tendida de la justicia del proyecto ganador, los pilares de la justicia, un juego de mallas y esquinas para articular la ciudad con el parque de las Contiendas o las doce tablas de la ley.




Como la exposición dura hasta mañana, los que no hayan visto el proyecto ganador deberán darse prisa porque eso es todo lo que van a ver del Campus –el proyecto- hasta dentro de mucho tiempo, salvo que Ruiz Medrano haga milagros intercediendo ante un Gobierno que –no sé si será también por algún filtro en la mirada de los medios de comunicación- parece estar más amuermado que yo la semana pasada, zurciendo los rotos del déficit mientras espera a que escampe la crisis, pero sin atreverse a emprender ningún proyecto dinamizador por miedo a que le pille algún chaparrón en descampado.

Y es que las personas capaces de llevar adelante iniciativas sólidas en tiempos complicados se parecen, también por su escasez, a las plantas del desierto que se podían ver hasta hoy mismo en la muestra Bosques del Mundo en la plaza del Milenio, que saben sobrevivir y florecer con una tenacidad impresionante.

Casa Revilla, sede de la
Fundación Miguel Delibes
Entre ellas, ocupa el primer puesto en mi cabeza la Fundación Miguel Delibes, que en momentos difícil para muchas otras fundaciones (en estos dos últimos años han sido noticia frecuente la desaparición de algunas emblemáticas como la de Alberti, el cierre del museo Chillida-Leku, los conflictos en las de Oteiza o de Ángel González) han tenido el ánimo no solo de ponerse en marcha, sino también de emprender un vuelo amplio de la mano del Instituto Cervantes de Nueva York, donde han sido bien recibidas sus propuestas. Tres hurras por los hijos de Delibes.

Y, por favor, que el Presidente de la Junta (a quien se lo han pedido), o quien sea, consiga los 2.200 euros que pide La Quimera de Plástico para poder asistir al Festival del Monólogo Latinoamericano de Cienfuegos (Cuba) para el que han sido seleccionados como único representante español. Sería la gota de agua que necesita esta otra planta del desierto vallisoletano.

Las encajeras de bolillos y el misterio de los bancos

Pero claro, para atender a cualquiera de los proyectos de los individuos, familias o empresas que llenan nuestra ciudad –y país y mundo- sería necesario que los bancos destinasen algo –un poco, hombre, que ya está bien- de los miles de millones que se están empleando en cubrir sus inmensísimos agujeros negros en conceder créditos. Sensatos, medidos, controlados, pero créditos, ¡por sus huesos!

Porque de verdad debe de ser muy difícil para cualquier gobierno poner orden en la casa bancaria, en la que se alojan los verdaderos detentadores (nadie les ha elegido ni les controla) del poder. Nadie ha dicho que gobernar con justicia sea fácil, y menos en democracia, pero el resultado de un trabajo difícil siempre es algo grande y satisfactorio. Como un encaje de bolillos. Como los que podrán verse en Simancas el próximo 16 de junio.

sábado, 21 de abril de 2012

Entre lo grande y lo pequeño


Se despierta desconcertado en mitad de la noche, pero enseguida sitúa el ruido de la calle Teresa Gil y las voces de un grupo de chavales que están haciendo botellón bajo su ventana. "Estoy en Valladolid y es noche de sábado", piensa, mientras intenta conciliar de nuevo el sueño. A pesar de este ruido, que los primeros años le hacía preguntarse cuándo dormían los españoles, le gusta la zona por la que transcurre su vida las tres semanas en las que, un par de veces al año, trabaja en Valladolid desde 1981: calle Regalado y Cascajares, plaza de la Universidad -donde instintivamente mira el cartel colgado de la fachada de la Catedral, por ver si el próximo concierto de Pilar Cabrera al órgano allen coincide con una de sus estancias en Pucela-; arzobispo Gandásegui, la Antigua, Paraíso –quizás esta misma tarde vuelva a ver a Pepe, el camarero del Hidalgo que corre maratones y que le habla de cuando estuvo en Baviera- y Sanz y Forés, para llegar a la Facultad de Ciencias.

Gunnar Borstel y Carlos Balbás
Fotos: Carlos Barrena, Universidad de Valladolid
Mientras ato la bici al aparcamiento del callejón de la Facultad de Derecho, pienso que en todos estos años quizás me lo habré cruzado bastantes veces por la calle, pero nunca hubiera imaginado que este señor alto y de ojos azules, con pinta de alemán, era Gunnar Borstel, un prestigioso científico –efectivamente, alemán- de la Universidad de Osnabrück, que ha realizado importantes aportaciones a la Física mundial en el campo de las perovskitas, óxidos metálicos y otros materiales vitales para la superconductividad a alta temperatura, y que ahora mismo va a ser investido doctor honoris causa por la de Valladolid, apadrinado por el catedrático Carlos Balbás.

De Münster a Valladolid pasando por Filadelfia

Cuenta Gunnar Borstel en el paraninfo de la Universidad algo de su vida y de cómo ve el futuro, problemas y posibilidades de la Física. Nos sitúa en la comunidad científica de la Física europea de los años sesenta, en la que "se pensaba que solo dos temas de estudio merecían una investigación básica a fondo: la física de objetos pequeños –partículas elementales, núcleos, átomos y moléculas- y la física del objeto más grande: el universo. El mundo entre esos dos extremos –el mundo que nos rodea: gases, líquidos, macromoléculas y agregados de átomos, materiales condensados y sólidos- se daba por explicado con la teoría clásica".

Sin embargo, Borstel, en 1970 –era entonces estudiante en la Universidad de Münster y debía elegir el tema de su tesina-, tomó una decisión de la que nunca se ha arrepentido: inclinarse por ese mundo intermedio entre lo grande y lo pequeño, y dedicarse a la Física Teórica de la Materia Condensada. Así que tuvo que completar su formación en Estados Unidos, que era donde más se había desarrollado la Física del Estado Sólido. Allí, en agosto de 1980, con motivo de unas conferencias en la Universidad de Pensilvania, conoció al vallisoletano Julio Alfonso Alonso –que pronto volvería a España y, para nuestra fortuna como ciudad, también a Pucela-. "Para mí –afirma Gunnar Borstel- aquel encuentro en Filadelfia fue el comienzo de más de treinta años de cooperación en Física Teórica con mis distinguidos colegas de Valladolid, particularmente con Julio Alfonso Alonso, Luis Carlos Balbás y Andrés Vega".


No hay falta de energía en el mundo, el reto es abaratar su producción y almacenamiento

Este señor alto de ojos azules, con pinta de científico alemán, al que escucho en el Paraninfo, además de enseñar e investigar en la Universidad de Osnabrück, publicar en las mejores revistas internacionales de Física, dirigir más de cincuenta proyectos científicos, colaborar con la Universidad de Valladolid o recibir la Medalla de Oro de la Universidad de Silesia (Katowice, Polonia) por su contribución al desarrollo instrumental y científico de Polonia durante su transición política de los años noventa, también ha tenido tiempo e inquietud para integrarse en la vida social y cultural de Valladolid -asiste con frecuencia a los conciertos del Auditorio Miguel Delibes y se conoce la provincia por los cuatro costados- o viajar por Palencia, Segovia, Salamanca, Burgos o León, para ver castillos y catedrales; o de alquilar un coche junto con su mujer –que le ha acompañado en alguna de sus estancias en Valladolid cuando su propio trabajo se lo permitía- y acercarse hasta Extremadura, Andalucía, Cataluña o Galicia. "Hay algunos sitios de España que no conozco, pero no son muchos", resume sonriendo.


El acto de investidura está a punto de terminar, y ahora Borstel habla de los problemas urgentes que la Física no ha conseguido solucionar de forma satisfactoria en los últimos cuarenta años. "El más importante es la necesidad de procurar energía suficiente para una población mundial que crece continuamente, que en octubre de 2011 sobrepasó los 7.000 millones de personas". Y no es la falta de energía lo que le preocupa –piensa que hay fuentes de energía suficientes para centenares de años-, sino la necesidad de centrarse en los cinco tipos de energías renovables (solar, eólica, hidroeléctrica, biomasa –estas cuatro con una fuente común última, que es la luz solar- y geotérmica) y ser capaces de abaratar su producción y almacenamiento; pero es optimista respecto a ambos desafíos. No lo es tanto, sin embargo, en cuanto a nuestra capacidad o voluntad para disminuir y gestionar los gases como el dióxido de carbono que producimos con el consumo irresponsable del carbón, petróleo o gas natural.

Un poco de luz en las últimas filas de butacas del Paraninfo


Concierto de Laura Vital y Eduardo
Rebollar en el Paraninfo

Han pasado tres días y diez trayectos largos en bici desde la investidura de Gunnar Borstel, y todo mi pedaleo se me ha pasado devanándome los sesos con un interrogante: ¿por qué, en los últimos diez años el Paraninfo de la UVa no consigue llenarse de gente cuando inviste honoris causa a algún científico? (y eso que este miércoles había una densidad importante de científicos premiados entre los asistentes). Y se me juntan en la cabeza varias imágenes y palabras de estos días: el alegato final de Borstel, pidiendo libertad y condiciones favorables para el trabajo creativo de los científicos, sin las presiones de la burocracia interior o de las compañías con intereses comerciales, que alejan a las mentes creativas y van dejando un rastro de gente quemada en departamentos y laboratorios; la actuación de Laura Vital en el paraninfo de la Universidad –allí estaban Gunnar Borstel y su esposa, amantes del buen flamenco-, y su entrevista posterior, en la que habla del duende de la inspiración, que es caprichoso y llega cuando quiere. Y la última investidura multitudinaria que recuerdo, que fue la de Vargas Llosa (1995, paciencia con la carga del vídeo, que merece la pena), quien también estos días es noticia por su valiente ensayo La civilización del espectáculo, en el que pronostica la desaparición de la cultura, y denuncia que "los chefs y los modistos tienen ahora el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos".

Pero, aunque quizás ahora a algunos científicos les falte la libertad y la alegría para pillar la luz y el duende de la creatividad –otros están muy ocupados gestionando su éxito en la feria de las vanidades y las subvenciones, y no quieren prestar "su" prestigio a la universidad de la que forman parte-, había un dato en las tres filas de atrás del Paraninfo que me devolvía el optimismo: treinta chavales, seguramente estudiantes de la licenciatura o del máster de Física, siguieron atentamente la investidura de Borstel, y quizás entre ellos se encuentren futuros científicos dispuestos a luchar en esta civilización en la que, como también dice Vargas Llosa, "el intelectual solo interesa si sigue el juego de la moda y se convierte en un bufón". A lo mejor, cuando lleguen ellos, ya se nos ha pasado esta fiebre de tontería.

sábado, 14 de abril de 2012

Palabras que empiezan por G

Imagen tomada del blog
"Creaciones Claudia"
Acababan de sacar brillo al cielo de la noche, y era como palio de fiesta para mi pedaleo de vuelta a casa. Se me escapaba del cuerpo, para patinar por el firmamento, la alegría pueril de haber burlado a los usureros del hipermercado -que hoy no me hacía muy feliz- llegando por pelos a otro súper menos carero, aunque también menos trasnochador, en el que las alubias verdes (igual de frescas y lozanas) me habían costado justamente la mitad.

Con el ritmo monótono y silencioso de los pedales, el pensamiento volvió a engancharse en la búsqueda de dos palabras que se me habían resistido mientras veía Pasapalabra, y que debían empezar por la letra G. "Tierra, especialmente la cultivada"; y yo buscaba sin éxito en el diccionario de mi memoria: granda, no; gándara, tampoco; grava, menos. "Dar gritos algunas aves, especialmente el grajo, cuervo, etc." Y aunque lo tenía en la punta de la lengua, no acababa de encontrarlo.

Galardones

Me resisto a echar mano del diccionario para buscar esas palabras, aunque eso –ya lo sé de otras ocasiones- me lleva a una especie de fijación obsesiva compulsiva en la que la letra culpable se me aparece en todo lo que leo. Así, veo estos días llenos de Galardones: por una parte, el poeta palentino José María Fernández Nieto ha encabezado el rosario de laureles (que en este año de crisis y poca gracia van con honor pero sin dinero)  que los jurados de los premios Castilla y León irán desgranando de aquí al 20 de abril, y del que ya forman parte también Domingo Emilio Rodríguez Almeida, la Asociación Española contra el Cáncer, el equipo de baloncesto Perfumerías Avenida, Alberto Bañuelos, Constancio González y José Abel Flores. Asimismo, Carlos Pinedo y Anahi Van der Blick se han hecho con el reconocimiento de la Unión de Actores de Castilla y León. Y Fernando Tejerina, junto con Javier Solana, ha recibido la medalla de honor de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas.

Imagen tomada del blog "Odisea 2008"
Gobernanza y Galimatías

Un premio mucho más grande que todos los anteriores (con dotación de pastizal bien empleado) propondría yo para José Antonio de Santiago-Juárez, si logra culminar con éxito y sensatez el proyecto de Ley de Gobernanza que ha prometido presentar a las Cortes regionales a finales de este año. Porque estoy convencida de que nuestro país se juega mucho –muchísimo- en lograr el equilibrio entre un falso autonomismo insensato (que duplica entidades, competencias, y, sobre todo, duplica las ya abundantes administraciones de funcionarios con otras administraciones paralelas de asesores eventuales, institutos y fundaciones sin cuento) y un tirar al monte, estilo Esperanza Aguirre, pidiendo la vuelta al centralismo de llave y candado. Sin embargo, no sé si debo ser muy optimista al respecto, porque en la noticia de esta reunión de De Santiago con alcaldes para pactar el nuevo modelo, nada se aclara de cómo conciliar diputaciones con ayuntamientos y delegaciones de la Junta, y, sin embargo, sí se empieza a nombrar un nuevo ente (los distritos), que, si viene a sumarse a todos los ya existentes,  convertiría la presunta Gobernanza en un auténtico Galimatías.

Galo, Gabacho y Guenó

Y es que ya lo dice Joseph Pérez, el historiador de los comuneros recientemente homenajeado en Villalar: no basta con declararse seguidor de una causa para hacerla realidad. Y mientras leo las informaciones sobre el simposio celebrado en su honor, me doy cuenta de que siempre que se habla de Pérez en España se le llama hispanista Galo, que es el adjetivo que usamos para los franceses que nos caen bien -como Asterix y Obelix-, en contraposición al de Gabacho, que lo reservamos para cuando intuimos prepotencia o desprecio –o actitud lesiva hacia nuestros intereses- en algún vecino del norte de los Pirineos.

En este sentido lo tuvo que sufrir alguna vez el anterior presidente de Renault España, Jean Pierre Laurent, cuando al principio de la crisis empezó a hablar del peligro de las factorías de Valladolid y Palencia. Por eso, cuando lo sustituyó en el cargo un chaval criado en Pucela (con el Twizy y el X87 ya adjudicados a Valladolid), muchos sintieron un alivio que, a juzgar por las entrevistas que José Vicente de los Mozos ha concedido a diversos medios durante el Salón del Automóvil de Ginebra, no era demasiado fundado. Tras entonar las desgracias del escaso mercado en España, de la excesiva exportación y de los costes del transporte en el estrecho de Gibraltar, llega al verdadero meollo de la cuestión: no es suficiente con ser muy competitivo (reconoce que Palencia y Valladolid ya lo son), sino que, como los centros de decisión no están en España, tenemos que ser más atractivos –nada de convenios colectivos, camiones más altos aunque esté comprobado que tienen más posibilidades de volcar incluso cumpliendo los límites de velocidad, trabajar seis días a la semana- que los alemanes, indios y tangerinos, si no queremos ver peligrar el Megane IV en Palencia.

Imagen de la web Educima
Graznar y Gleba
Y yo, que no creo en las revoluciones y tampoco mucho en las huelgas generales lanzadas contra un gobierno que tiene que reducir un déficit imposible, no puedo evitar sentir un poco de repugnancia ante esa exhibición de avaricia monda y lironda vestida de realismo empresarial y adobada con lágrimas de cocodrilo.
¡Eh!, ahora que me doy cuenta, acabo de acordarme de las dos palabras que buscaba: Graznar es el grito de las aves de mal agüero, como el grajo y el cuervo. Y Gleba es la tierra, especialmente la de cultivo, a la que estaban sujetos los siervos antes de que se inventara todo eso de los derechos humanos y los estatutos de los trabajadores.

lunes, 12 de marzo de 2012

Cuatro gotas (lluvia, gasolina, alegría y libertad)

Iba yo toda chulita, pedaleando sin manos en el frescor de la mañana, dispuesta a empezar un día de trabajo en el que el aire, por fin, olía a la lluvia anunciada en las previsiones meteorológicas. Entré en la rotonda de la avenida de Salamanca y, nada más incorporarme al carril bici, a punto estuve de perder el equilibrio sobre el sillín, del susto que me llevé al ver el tótem de la estación de servicio marcando 1,47 euros el precio de la gasolina de 95 octanos (pocos días después lo vería a 1,49).


Otto, Fritz y telarañas en los guardabarros

Hasta ese día, el tótem de los precios me recordaba cada mañana uno de los chistes que contaba mi padre siendo yo muy pequeña. "Otto, hoy he ido al trabajo corriendo detrás del autobús y me he ahorrado dos pesetas". "Eso no es nada, Fritz, yo he corrido detrás de un taxi y me he ahorrado treinta y cuatro". Y sonreía pensando que todas las semanas era casi un céntimo más rica por cada litro de gasofa no consumida. Pero el viernes pasado, cuando empezaba a aplicarse el céntimo sanitario, la subida repentina de ¡cinco! céntimos el litro no me trajo a la memoria ninguna gracia tipo Lepe, sino la imagen clara de una familia en paro del barrio de la Victoria, donde me hospedaba en mi primer año de vida en Valladolid, que solo cogía el coche en las fiestas de guardar para acercarse al pueblo a ver a los abuelos. Pensé que ahora serían muchas las familias que tendrán telarañas entre las ruedas y los guardabarros del coche.

Subir hasta las nubes para empujar las gotas una a una

Y así comenzó una semana de sabor un poco triste, en la que todo lo que me rodeaba parecía formar parte de una cadena de trabajo con mucho esfuerzo y poco fruto a la hora de sacudirse esta crisis que acogota el ánimo además de la economía. Esa misma noche, con la tormenta ya en todo su esplendor, un grupo de amigos de una asociación cultural intentábamos combatir con un impulso del ánimo la murria que nos producía la ausencia de más compañeros que de costumbre en esa cena anual, en la que la conversación de las distintas mesas rondaba sin remedio el tema de la crisis, aunque los más optimistas la desviaban hacia la aparición de la lluvia que tanta falta hacía para campos, salud y limpieza del ambiente.


Pero hasta la lluvia (que desapareció esa misma madrugada igual de rápido que había llegado, sin dejar más rastro que una docena de charcos) parece negarnos su favor, o repartirlo con una escasez morosa y reticente. Es como si hasta el agua que necesita la planta de nuestra economía nos la tendremos que ganar subiendo con una escalera hasta las nubes para empujar las gotas una a una. Así veo el empeño de los chavales que en estos momentos se atreven a lanzar sus iniciativas en forma de empresas (Isabel Villanueva, con una empresa de apoyo a la mujer en el posparto y el puerperio; Laura Valles y Patricia Rodríguez, con un centro de manicura y pedicura; Pablo Francisco y José Manuel Alonso, forrando de publicidad los coches; o Roberto Abón e Iván Fernández, con un servicio de teleasistencia para personas mayores o víctimas de violencia sexista) y a los que El Norte de Castilla prestará su voz en una nueva sección.

Así veo también la valentía de los comerciantes del Mercado del Val, que han decidido escotar a razón de 60.000 euros por barba para integrarse en el consorcio (cuya constitución se aprobó en el Pleno del Ayuntamiento el día 6 de marzo) de una reforma que convertirá este mercado centenario en un centro de comercio y gastronomía en el centro de la ciudad, dando nuevo lustre a este edificio decimonónico de arquitectura de hierro construido a inspiración de Les Halles de París.

¿De dónde lloverá la libertad?

Guardando el jueves la bici en el garaje, las farolas de mi calle, que empezaban a arrojar una luz tenue antes de que abandonaran el horizonte las últimas ráfagas violetas del atardecer, me parecieron el reflejo exacto de esa tristeza que había acompañado la semana. Sin embargo, a la mañana siguiente, dos almendros apostados entre la maleza que baja de la avenida de Salamanca al meandro del Pisuerga en Arturo Eyríes me enseñaron las flores que este año pensé que nunca iban a llegar (al mediodía parecían haberse multiplicado por diez y esta mañana era ya un escándalo de belleza) y cambió mi percepción de la realidad. Me pareció más posible que este túnel tuviese un final, y sentí una admiración sincera hacia toda esta gente que es capaz de persistir con sus iniciativas en momentos duros, porque creo que son ellos los que, a base de acarrear las gotas de agua desde las nubes, logran empapar la tierra y romper el círculo vicioso de la sequía de ideas y de ánimo. Aunque a veces se encuentren tan solos como los colectivos que expusieron sus trabajos en las Cortes de Castilla y León en la muestra de la Red Europea de lucha contra la pobreza y la exclusión social.

Solo me pregunto ahora a qué nube podría haber ido Kofi Annan a buscar las gotas de libertad para haber tenido más éxito en el difícil intento de reblandecer los pedruscos de un régimen en el que pueda darse una aberración como las torturas a heridos civiles que denuncia un médico sirio del hospital militar de Homs.