
Equilibrio y perfección
Y es que la llave de los radios, desde que me enseñó a usarla uno de mis hermanos, siempre ha sido para mí un reto –juro, cual Escarlata O'Hara, que acabaré distinguiendo qué radios hacen par y cómo influye en el resto el aflojar o el tensar uno de ellos- y un símbolo de la vida entera de las personas y de las sociedades. Solo con la paciencia y destreza de muchos años de esfuerzo para tirar de los extremos sin fuerza y para aflojar los que corren peligro de romperse por la tensión es como han llegado a sus grandes logros las personas que esta semana han sido los protagonistas del país: los premios nacionales de literatura dramática (José Ramón Fernández), poesía (Francisca Aguirre), novela infantil y juvenil (Maite Carranza), narrativa (Marcos Giralt Torrente), historia (Isabel Burdiel) o traducción (Selma Ancira y Olivia de Miguel). La misma Alicia Alonso, mito viviente de la danza que ayer y anteayer ha estado en Valladolid, atribuye a ese mismo equilibrio, ensayado una y otra vez hasta la perfección, la sinceridad y belleza de la danza.
Pero también en las sociedades, si supiéramos –y quisiéramos- usar el completo sistema de radios y llanta (las leyes) que sostienen la rueda de las instituciones democráticas, no dejaríamos que se deformasen las relaciones entre parlamentos, gobiernos y tribunales de justicia, entre patronos y obreros, entre empresas y sindicatos, hasta provocar el surgimiento, cada cierto número de años, de generaciones indignadas que quieren barrer de la faz de cada país la basura maloliente de la corrupción, confiando en un supuesto poder catártico de las mil revoluciones que parirían personas honradas y generosas, redimidas por estructuras más humanas... para descubrir, treinta años más tarde, que también ellos han vuelto a descuidar el equilibrio y tienen la rueda tan deformada como la anterior.
El silencio del espanto y el silencio de la paz
De todas estas consideraciones me sacó el lunes la llegada de una compañera que se había encontrado, en el camino hacia el trabajo, con la policía tapando el cadáver del hombre asesinado en la calle Nicasio Pérez. El sinsentido de una muerte violenta, la rabia y la impotencia de saber que es irreversible, que nadie, por mucho poder que tenga, es capaz de devolver la vida a esa persona para que pueda volver a entrar en su coche y retomar su vida de esa mañana y regresar a la tarde con su familia, deja en suspenso muchos mecanismos de la cabeza y del corazón, paralizados por un espanto que tiñe todo lo que me encuentro: en la galería Caracol, entre las ciudades de soledad y ruina de Gaspar Francés, y desde un cuadro diminuto, cuatro turbinas eólicas muestran sus aspas afiladas como siniestra amenaza que se extiende por nuestros campos. Y en cada uno de los retratos de Ostern en la exposición "Oval" solo veo el ojo de una persona, pidiendo auxilio para ser rescatada de sucumbir engullida por un amasijo de escombros uniformes de color ocre que le roban el alma. Sin embargo, la música de John Cage que acompaña la exposición –mientras la visito suena "But what about the noise...?"- me anuncia, con su extraña mezcla de ruidos y calma, la reacción de mi instinto de supervivencia (¿y de olvido?).
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Foto de Ostern en el folleto de la exposición "Oval" |