lunes, 7 de noviembre de 2011

Cementerios, luces, sombras y microcréditos


Avanzaban miles de personas por la calle central del cementerio, cargados de rosas, claveles, gladiolos y crisantemos, en una marcha festiva en la que la muerte, siendo la protagonista, había perdido su aspecto temible y era apenas un pretexto para reunirse. Se saludaban los vecinos y se abrazaban los que llevaban tiempo sin verse, quizás llegados desde ciudades distantes. Un paseo por las calles del centro (Burgos estaba precioso), el aperitivo en una de las cafeterías que hervían de gente, y la comida en familia completaron, como cada año, el rito de la fiesta de todos los Santos, en la que el recuerdo de los muertos se ha vuelto dulce de venta en pastelerías.

Antes de coger el coche para volver a Valladolid, dimos una vuelta por la inmensa plaza peatonal junto al Arlanzón en la que se ha edificado el Museo de la Evolución Humana. Y allí, mientras observábamos las orillas del río transfiguradas por el color del otoño en los árboles, nos encontramos con la otra cara de la moneda: todos los miembros de una familia amiga, haciendo compañía a la hermana mayor y a su hijo, a los que una leucemia galopante les arrebató marido y padre hace apenas medio año. Ninguno de los dos ha superado todavía el intenso dolor ni la rabia de la pérdida, quizás porque ambos trabajan a diario en la empresa que dirigía Adrián, y así, también a diario, se les clava en el alma la absurda ausencia de su risa contagiosa.

En el viaje de vuelta, la luz intermitente de la luna, que jugaba al escondite entre jirones de nubes, y los desvaídos destellos señalizadores de unas turbinas eólicas que asomaban por el norte parecían subrayar esa tristeza y reírse de la indigencia de nuestro caminar.


Ese mismo contraste entre fiesta y melancolía, entre la luz del sol y la oscuridad de la noche o de las nubes, me ha acompañado durante toda la semana. Si una mañana pasaba con la bici junto a la Electra y pensaba en el hotel de cinco estrellas que albergará ese edificio –y en los puestos de trabajo que se crearán para atender a tanto lujo y glamour-, por la tarde la pobreza salía a mi encuentro en la noticia de que el Banco de Alimentos ha sufrido una disminución drástica en las donaciones por parte de empresas y entidades. Si la web de la universidad me cuenta que ha estado en Valladolid uno de los mayores expertos europeos en química cuántica colaborando con el equipo del profesor Julio Alfonso Alonso en la investigación sobre nanopartículas, a los pocos días unos laboratorios de química se incendian y dejan una parte de la vieja Facultad de Ciencias como una casa abandonada y oliendo a chamusquina. Y si un periódico nos habla de los logros artísticos de un coro de Valladolid –el "Good News" de Gospel, que ha puesto una pica en Londres-, otro nos cuenta los desmanes que sobre otras obras de arte han perpetrado pandillas de gamberros.

"La industria de la curtiduría", de Mohammed Rakibul Hasan,
en la exposición sobre Microcréditos

Incluso en los seráficos dominios del microcrédito, que ya ha empezado su pacífica invasión de las salas de exposiciones de la ciudad, como antesala de la macrocumbre que empezará el día 14 en Valladolid, también se pelean las luces de la esperanza (a muchos desheredados y parias los microcréditos les han permitido romper el círculo de la pobreza) con las tinieblas de algunos usureros, que vuelven a soldar, con los intereses abusivos, las cadenas de la pobreza que habían roto con el capital prestado. Nos lo avisaba mi padre desde pequeñitos, cuando entraba en un sitio muy oscuro: "Esto está más negro que la conciencia de un prestamista". Ojalá muchos Muhammad Yunus lograsen anular la vigencia de ese dicho popular.

2 comentarios:

  1. Gran apreciación de la fusión de los momentos agrios con los dulces de la vida. Especialmente hermosa.

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  2. Muchas gracias, anónimo. Seguiré intentando reflejar lo mejor que pueda las muy distintas facetas de la vida cotidiana en la ciudad, para estar a la altura de tu comentario tan amable.

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