lunes, 10 de octubre de 2011

Medianeras, Diputaciones y otras vecindades

Después de ajustarme el casco y colocar el tanque de agua en su soporte, leí un poco mejor la información sobre la exposición filatélica en la Cúpula del Milenio donde pensaba ver el sello de Delibes, y me di cuenta de que no podía visitarla en ese momento porque los días laborables cerraba al mediodía, así que cambié de planes y continué por el carril bici de la avenida de Salamanca en lugar de coger el ramal del Pisuerga desde la Politécnica. Si entro por Poniente -me dije- y trazo bien el recorrido, en media horita podré localizar todas las paredes medianeras que el Ayuntamiento de Pucela ha decidido decorar para mejorar el paisaje urbano.

No importa mucho si, como dicen algunos, esta iniciativa de embellecer las ciudades pintando en medianeras y rincones comenzó en Bruselas con el concejal Michel Van Roye (1991) y todo el movimiento de la Bande Desinée; o si fue en Berlin, para tapar las costuras de una ciudad que hubo que levantar de sus cenizas y cuya transformación cobró nuevo impulso con la caída -y pintura mural por famosos y desconocidos- del muro en 1989. El caso es que Valladolid toma ahora esta acertada ruta que ya han seguido en España ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Cartagena, con tratamientos tan dispares como el grafiti, los murales y trampantojos, el jardín vertical o la gigantesca pantalla de led en la Plaza de las Letras de Madrid.

Diputaciones sí, diputaciones no

Mientras observo las hermosas dimensiones y posibilidades de algunas de las medianeras a rehabilitar, sigo dándole vueltas en la cabeza a otra cuestión de vecindades que no puede resolverse con medianeras y que está ahora muy presente en Valladolid (como en toda España): la duplicidad o solapamiento de competencias entre administraciones autonómicas, diputaciones y ayuntamientos.

En medio de la refriega entre un PSOE que propone suprimir las diputaciones provinciales y un PP que responde que el motivo de esa propuesta no es el ahorro ni la coherencia en la articulación del Estado -sino el intento de cargarse unas instituciones en las que no había conseguido situarse-, la Junta de Castilla y León decidió que la mejor defensa era un buen ataque y ha lanzado su órdago de nueva ordenación del territorio desde la base del consenso y la agrupación voluntaria de los municipios.

Pablo Trillo y Jesús Julio Carnero: las dos caras de un ente llamado provincia

Sin embargo, en esta vigorosa apuesta abanderada por el Consejero de la Presidencia, desconcierta la irrupción escénica –aparentemente contradictoria con la defensa de las diputaciones- de un delegado territorial de la Junta en Valladolid que en menos de cuatro meses desde su toma de posesión –como si fuera una reencarnación de Ramiro Ruiz Medrano, o como si estuviera echando una carrera de eficiencia con Jesús Julio Carnero- se ha recorrido villas, pueblos y pedanías reuniéndose con alcaldes para, a cambio de escuchar sus inquietudes –y prometer mediar por ellas ante la Consejería competente-, predicarles el nuevo modelo de ordenación del territorio planeado por la Junta. ¿Cómo quedará en él la articulación de dos figuras tan parecidas, incluso parece ser que tan acercadas intencionadamente hasta en la escenografía?

Procurando no descuidar los frenos ni el cambio de marchas, cruzo los dedos por que nuestros políticos sepan dirigir con sensatez este proceso, que justo se llevará a cabo mientras, acunado por Richard Rogers y por León de la Riva, se toma un receso por la crisis el proyecto llamado a derrocar las dos medianeras más largas de la ciudad: las de un lado y otro de la vía.

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