Pero incluso las expectativas más humildes pueden ser frustradas por una frase amable como la que pronunció mi compañera Carmelina en esa mañana del 2 de diciembre de 1983: "Es verdad, qué niebla, parece Navidad". Y yo, mientras me hundía en la miseria y el desconsuelo, me pregunté anonadada: ¿esto entenderán aquí por Navidad?
Durante unos días, ese desaliento me llevó a fijar una atención morbosa solo en las zonas oscuras y grises de Valladolid: en las calles estrechas con edificios altos y aceras mínimas de asfalto abollado; en las plantas bajas destinadas a viviendas, con las persianas siempre medio echadas para proteger una triste intimidad acosada por la contaminación y el robo, sin un comercio iluminado que amenizase la manzana; en el parque de la Plaza Circular, isla de arena sucia acotada por árboles ennegrecidos adonde los niños debían llegar arriesgando su vida entre las ruedas de un tráfico enloquecido; o una iglesia de La Antigua que luchaba por ocultar su belleza entre la tizne del exterior, la lobreguez del interior y un amasijo de casas que la sitiaban para impedir el recreo de la mirada en su perspectiva.
Valladolid resucitado
Hoy, casi treinta años después, y con otras tantas navidades de niebla o de cielo azul disfrutadas en Pucela, me gusta pedalear cada día por una avenida de Salamanca humanizada desde el puente de Hispanoamérica hasta el de la condesa Doña Eylo gracias a edificios como el Museo de la Ciencia, el Monasterio de Nuestra Señora del Prado o el de las Cortes de Castilla y León –cuya plaza dirige la vista hacia el auditorio Miguel Delibes-, y gracias también a los jardines, árboles y setos que bordean aceras transformadas sobre las que se puede andar, deslizar un cochecito de niño o empujar sin sobresaltos una silla de ruedas.
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Torre del Museo de la Ciencia |
Monasterio de Nuestra Señora del Prado. Foto: José María Monfá |
Cortes de Castilla y León. Foto: José María Monfá |
Pero no solo en los ensanches o en los amables pespuntes con los que se han cosido el Pisuerga y el Esgueva –antes ignorados o convertidos en cloacas- al tejido urbano puede comprobarse la transformación de la ciudad en otra más moderna, abierta y luminosa. Ahora mismo, mientras termino en la plaza de Santa Ana el recorrido por varios edificios del entorno de la Plaza Mayor resucitados del coma urbanístico, veo a unos cuantos ejecutivos que pasan del bar del aperitivo al restaurante de la comida de empresa, y me doy cuenta de que hasta los pijos de Pucela son ahora de la versión fashion, mientras que entonces parecían ricos rancios –unos de rancio abolengo y otros de rancia polilla-.
¿Palacio de Congresos?
Todos estos recuerdos y observaciones han tenido como origen las declaraciones de Manuel Soler sobre el Palacio de Congresos, los edificios icónicos, la biotecnología y la reforma laboral, o, por ser más claros, la exigencia de abaratamiento del despido.
Pienso que no ha sido tanto la letra como la música de su intervención lo que me ha puesto ante los ojos el contraste entre el Valladolid de 1980 y el de ahora. Porque ya sabemos todos –no hace falta que nadie nos lo cuente en una rueda de prensa disfrazada de desayuno con empacho de logotipos en inmenso retablo- que, tras habernos comportado con un despilfarro propio de nuevos ricos, ahora nos toca apretarnos el cinturón (casualidad que sea a los de siempre). Pero ha sido el énfasis en lo de "dar carpetazo" a los grandes inmuebles, a las inversiones públicas y a las subvenciones para crear empleo -mucho mejor me parece ayudar a dar trabajo que subvencionar al parado las pastillas para su depresión-, y en decretar la defunción ("ha pasado a mejor vida") de la época de los edificios icónicos, lo que me ha hecho levantarme de mi asiento para buscar el libro en el que leí que la calle Veinte Metros, en lugar de su angostura actual, fue planificada como una gran avenida, de veinte metros de ancha, para conectar la plaza Circular con la cerámica Silió, uno de los iconos de la industria vallisoletana de comienzos del siglo XX.
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Foto panorámica del centro de Valladolid en artículo de Wikipedia |
En Valladolid siglo XXI, una frase de Javier Arribas Rodríguez define bien la actitud positiva necesaria en todos los tiempos, especialmente en los de crisis: "Construir, lo que fuere, es una tarea necesitada de una ilusión capaz de superar dificultades con el fin de hacer realidad el proyecto de una idea engendrada con sensatez sin renunciar, al tiempo, a una punta de audacia".